Buscar este blog

lunes, 29 de agosto de 2016

En tus rodillas.

Tengo la idea que vino corriendo y me abrazó. Nos abrazamos. Vivo con el recuerdo bonito de ese instante, tan bonito que aclaramos en ese mismo instante que era bonito y que no creíamos que estuviéramos ahí.  No tuve tiempo de mirar si era tan princesa como lo soñé, no supe si yo era tan feo como de pronto alguien puede suponer. Eran los buses rojos que van y vienen y se nos llevan la vida. Era la Caracas y la 63. Recuerdo su sonrisa tan tatuada en mi otra felicidad. Tampoco pude fijarme en el nerviosismo que me dijo que tenía cuando me confirmó nuestro encuentro y no supo escribir bien su número. Estaba estrenando teléfono móvil.  Tampoco nunca planee que podía pasar y que tan encuentro era ese encuentro.  Luego caminamos por calles conocidas y olvidadas y cada paso reafirmaba sin quererlo que ella era y que tal vez yo sería, aunque nada fuera tan concreto y a la vez tan iluso. No recuerdo si estaba bonita, fea, ni con que ropa iba. Es más, creo que después del segundo segundo de verla y abrazarla no fui capaz de mirarla a los ojos varios segundos para no enamorarme y morir ahí, tendido en la capital y volver esta historia más cuento que historia.  La historia fantástica de la que ella se escapó.  Se quedó fumando mientras yo organizaba la maleta que no supe arreglar. En algún punto debe estar la botella de Fernét que le regalé. Luego llegamos a la 30 y ahora que lo pienso caminamos mucho y seguro cuando uno puede caminar con alguien sin quejarse es por algo. Todos y cada uno son recuerdos inconclusos. Más que recuerdos son fragmentos de una película. Luego vino el Tom Collins.  Antes las ganas de besarla. En el medio ella hablando con su amor.  Las postales en la casa. Su casa. Conocernos así. Fue la única vez que la vi. Fueron las únicas horas que estuve cerca. Cuando su piel no tenía tatuajes y su corazón tenía marcas. Nunca podría encontrar el camino de vuelta para buscarla donde la dejé esa noche en la ciudad de la luna. Yo con una caja y ella pendiente de la pantalla con símbolos que no entendía. Luego me senté en su misma silla y parecía que estuviera ahí. Este sin ti tan eterno y la canción para confiar. Las oportunidades. Amaranto en Pamplona. Las fotos. El cajón con su ropa. Su cumpleaños. Cuatro cumpleaños más. Sus uñas desarregladas. Sus rodillas increíbles. Yo suponiendo siempre. Ella ahí pero sin irse. La guajira, las paredes de sal, las clases. Y pienso en ese instante, en esas horas, en el abrazo, en tantas líneas escritas y quiero seguir ahí, en ese bus rojo, en el acordeón, en su vida complicada, en los buenos aires y en las cataratas que nos prometimos. Sin final ni comienzo. Sin excusas ni reproches. Con la tranquilidad inmensa de que las mejores historias no terminan, a veces ni se escriben, y otras tantas, pero muy pocas, solo necesitan una protagonista que las salve y un director que este ahí solo para decirle que ella es su protagonista. Fue el mejor viaje de vuelta a la tierra del olvido aquella tarde de un día como hoy. La historia que siempre quise contar. La película que siempre querré grabar. El camino de vuelta que siempre querré encontrar. El Tom Collins que siempre te ofreceré. Aún no se si sabes a Fernét. Prométeme vivir cien años más, dulce Amaranta.  El tiempo se congeló ese día, y aunque tal vez no toque derretirlo, aunque ya no haya reloj para contarlo, ni frío para sentirlo ni llama para batirlo, quiero quedarme ahí, el día en que te conocí y los sueños se hicieron realidad. El día que me metí en tu vida y no pedí perdón. Ahí quiero quedarme, en tus rodillas.

domingo, 17 de abril de 2016

Pequeño regalito nocturno


Pequeño momento de otro momento y de un inolvidable momento
guardado desde siempre y para siempre.
Ella, inmortalizada, ávida de palabras y sensaciones por venir
perdida en las páginas de un buen libro que seguramente aún no conoces.
Mas a pesar de ello, llena de espacios en blanco para escribir algo, lo que sea, sobre ella.
Ella que vienes siendo tu, tu que tal vez podrías ser ella.
Ella que tal vez nunca se olvida, ella que sigue siendo bella.
Bella mañana en que despertamos a al lado de una montaña
y el sol de un Chicamocha para pintar cosas bonitas.
Un regalo que no se puede empacar.
Un empaque que no existe, un motivo que no se inventa,
una pregunta que no se hace, un verbo que no se conjuga
un instante, una eternidad, un quizá, un después, un ojalá.

Tu en el medio de todo, yo lejos del medio, de nada.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Era

Era Once.
Cuando las rutas iban, cuando los aires venían.
Era ella en otro país.
Era el país de los otros.
Era cada uno de sus pedacitos.
Las películas que tanto vieron.
Los finales que no cambiaron.
Las respuestas que no preguntaron.
Eran las seis.
O las cuatro.
Era el reloj devolviéndose.
Era yo viéndote.
Una canción y otras que no se pudieron cantar.
Era diciembre.
Era Corrientes.

martes, 15 de septiembre de 2015

Amaranta (IV)

Era blanca como la nieve. Era ella y era nada.
Fue cada segundo que me dejó respirar.
Salvarla de la torre de cristal, partirla en mil pedazos.
Dejarla en corrientes.
En el rio Magdalena.
En las cartas inconclusas del coronel.
Las postales, los piercing y el tatuaje sobre el torso desnudo.
Las estrellas que dejan de brillar.
Las postales.
El fernet.
Costanera en bicicleta.
Las ideas.
Vos sos tan incierta.
La niña encantada.
La princesa hastiada.
Las rodillas para nunca dejar de intentarlo.
El último suspiro.
Comerse las paredes.
Resucitar.
El amor no creído de Aureliano.
Los hijos con cola de puerco.
La tierra mágica.
Palermo.
Comprar revistas en Palermo.
Comer Don Satur en Parque Centenario.
Iguazú.
El matrimonio de la otra vida.
Nena, Confiá.
Los 100 años que ya no serán de Soledad.
Ya nos veremos en algún lugar, en alguna fiesta, en cualquier ciudad, cuando me hables con el corazón.

domingo, 24 de mayo de 2015

Bolero

No sabía nada de los boleros hasta que se tropezó con ella mirándolo sin remordimiento una mañana cualquiera y llena de hormigas que volaban en remolinos invisibles y aturdían sin querer los recuerdos más recientes.
No sabía nada y nunca supo nada de aquella música cautivadora, de aquel ritmo sensual y de porque ella nunca se le salió de los ojos.  Se quedó grabada en la retina y en el querer, en la bobada de las tres y en las palabras que nunca se escribieron en servilletas de papel que guardaba como manera de entender su destino.
Destino que se confunde con camino, él, que confundió el sol con el ombligo, el ombligo con el sol, los vampiros con animales mitológicos amorosos y la felicidad con las posibilidades malditas.
Ella solo se quedó al vaivén del baile, del trio con guitarras, de la montaña con nieve. Congelada en el recuerdo y en las ganas.
Esa mañana, ella lo vio primero, con el sol de la madrugada, y supo desde entonces que el la acompañaría todas las mañanas de su vida, aunque ella no quisiera ni entendiera.
A la larga, ella tampoco nunca supo, ni nunca sabrá, pero se parecía al bolero, y nunca al tango de su perdición.