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jueves, 21 de octubre de 2010

Soy Vidal

Sintió calor justo cuando se acercaban las siete menos cuarto, tanto que se vio obligada a quitarse su corona de papel de la corte y su traje de princesa para poder nadar en su pileta color cristal de agua salada construída por uno de sus viejos amores que aunque lo dijeron nunca terminaron siendo para toda la vida.
Nadó tres horas seguidas tan solo porque le gustaba la cifra del tres y en el fondo era su clave secreta para permanecer inmune ante el olvido cualquiera.
Decidió que lo esperaría con la mirada fija en el horizonte, soñando maravillas, tanto como debía soñar maravillas la mujer maravilla y haciendo cada cinco segundos la carita de emoticon pensando, y a su vez cada 2.5 segundos sacaba morbosamente la puntita de su lengua solo para provocarlo a miles de kilómetros de distancia.  Era un movimiento sincronizado pues coincidia el movimiento de la lengua con la posición más lejana de sus ojos melancólicos e indios, respecto al punto más exterior de su morada lengua.   Mirada descrestada hubiera escrito, si solo un pedazo de papel con su botella correspondiente se le hubiera atravesado en su camino.   En el fondo hacia ese gesto porque sabía que a él le fascinaba, así nunca se lo hubiera dicho.
Cualquiera que la hubiera visto esperando, de lejos fácilmente habría pensado que se trataba de una bonita flor esperando el sol.  Nunca anocheció.
Dos meses después cuando él llegó la encontró en la misma posición, a la misma hora, con el mismo calor, sabiendo a sal de izquierda a derecha y de atrás para adelante y en sentido contrario hasta el fin del mundo, y sobre todo la encontró dispuesta por fin a explicarle matemática y amorosamente porque el mundo giraba tan despacio mientras ellos se amaban a velocidades ultrasónicas.
Ella lo vio llegar, cerró los ojos, tomó aire, respiró profundamente y sonrió. Soy Vidal pensó.

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