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domingo, 3 de mayo de 2015

Constelaciones

Se sintió nerviosa, perdida en aquel piso vacío aquella noche extraña.  Era lunes y nunca supo si su vida estaba terminando o empezando esa semana, en ese mismo maldito momento. Solo quedaban en el departamento, los recuerdos regados por el piso de aquel matrimonio inconcluso. Una amalgama de si(es) por dar y no(es) de nunca entender.

Entonces se volteó, se sacó la remera y dejó en el aire suspendido los suspiros que había guardado de la última vez en esa última vida que no alcanzó a utilizar. Sin pena, sin gloria, sin hambre, un poco sin motivos, pero sobre todo llena de esperanza y soledad. Tenía la piel blanca, marcada por el invierno tenaz del norte y del techo de lo impensable. Tenía las ganas y los labios más sexys. Tenía la sonrisa atragantada.  Tenía el miedo eterno y el brasier negro.

Era ella y ninguna, era cada vídeo inventado, reproducido y congelado en la imagen precisa.  Era lo preciso para lo impreciso.  La tele apagada, los restos de papel en el piso frío, y la cama más grande que el más grande desierto. Era Barcelona en los próximos años.  Era siempre el silencio. Las piernas, el escote, el vino, el rock, la ciudad de la furia y el frío que se colaba por cada pequeño agujero y que la mataba de a poquitos.

Luego empezó a llover. Luego paró de llover. Luego no existió el luego, solo el vacío de aquel agujero negro infinito en el espacio-tiempo de la felicidad torpe de la madrugada. Le dejó para siempre, la ruta de la constelación de sus lunares oscuros para que se perdiera cuando quisiera, pero sobretodo para que supiera que tal vez, ella nunca se iba a perder con él.

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