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domingo, 24 de mayo de 2015

Bolero

No sabía nada de los boleros hasta que se tropezó con ella mirándolo sin remordimiento una mañana cualquiera y llena de hormigas que volaban en remolinos invisibles y aturdían sin querer los recuerdos más recientes.
No sabía nada y nunca supo nada de aquella música cautivadora, de aquel ritmo sensual y de porque ella nunca se le salió de los ojos.  Se quedó grabada en la retina y en el querer, en la bobada de las tres y en las palabras que nunca se escribieron en servilletas de papel que guardaba como manera de entender su destino.
Destino que se confunde con camino, él, que confundió el sol con el ombligo, el ombligo con el sol, los vampiros con animales mitológicos amorosos y la felicidad con las posibilidades malditas.
Ella solo se quedó al vaivén del baile, del trio con guitarras, de la montaña con nieve. Congelada en el recuerdo y en las ganas.
Esa mañana, ella lo vio primero, con el sol de la madrugada, y supo desde entonces que el la acompañaría todas las mañanas de su vida, aunque ella no quisiera ni entendiera.
A la larga, ella tampoco nunca supo, ni nunca sabrá, pero se parecía al bolero, y nunca al tango de su perdición.



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