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viernes, 27 de mayo de 2011

Un domingo.

Esa tarde fueron a ver el rio, ese que sube y baja, ese que termina, se revuelca y cae en cualquier selva, en cualquiera no, en la más bonita.
Sin embargo ese no era el plan y este no es el título para este post, se merecería un nombre un toque más japonés tal vez. Y no lo era porque era un plan de domingo. Los domingos solo eran partecitas del lunes o proyectos del sábado a la noche.
Ella, los domingos se dedicaba a poner puntos amarillos sobre el rojo que nadie entiende y a arrojar papelitos muy blancos al vacío del azul Rosario.
Descubrieron que el río avanzaba más rápido que el tren, que el verde pasto sabe a olvido y que la cumbia y la samba son cantos de placer prohibido.
Así como nunca pensaron en ir, cuando cayó el sol, tampoco pensaron en volver.
Y es que el rio de allá hace parte del de acá.
- Te llevaré a navegar. Dijo él.
- ¿A donde? Pregunto ella, mientras limpiaba sus manos de porcelana mestiza del pescado crudo del almuerzo.
- A una playa infinita desde donde se divisan elefantes rosados que escriben y respiran profundo. Contestó él.

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