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lunes, 25 de julio de 2011

Invierno



Se escondió detrás del mostrador de la esquina más cercana sin pensar en el paso siguiente, mientras un viento gris, frio y potente avanzaba a toda velocidad por la calle de los cafés olvidados.  Era una tarde cualquiera de sol invernal, un día más, unas horas menos, una excusa más para evitar caer en sus pensamientos. 
Cuando el viento pasó frente a él, se convirtió sin pensarlo en una fuerte llovizna diagonal y transparente, de esas que golpean fuerte, rebotan y vuelven a caer en sentido contrario. 
El invierno llega así, anunciándose siempre y con ganas de aparecer en el momento menos pensado, por lo menos aquí, pensó.
Esperó minutos eternos mientras pensaba en la mañana aquella en que nunca dejo de llover mientras llegaba el tren de las once. Espero tanto que contó sus recuerdos, los amarró con un suspiro y se fue en la misma dirección de la carrilera hacia El Dorado jamás encontrado.
Recordó las tres teorías,  vio la nube gris sobre Constitución, el sol sobre Libertador, el alma sobre el rio, se tomó otro café imaginario, oís, y recordó sus montañas.
No pasaron más de treinta minutos hasta el final de este cuento: la escena de la esquina se la inventó el mismo día que esperaba el tren, que también llovía y que marcaba el fin del otoño bonito.

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