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domingo, 9 de octubre de 2011

No pienses de mas.

Empezó a vivir a deshoras, transitando por calles de casas vacías.
Por esas calles empedradas y divididas en dos por la ruta del tranvía del pasado.
Caminaba sin sentido alguno, generalmente en la dirección contraria.
Le encantaba no decir nada, tatuarse palabras en el alma y llevarse lentamente
la birome a los labios para simular que escribía versos necesarios.
Sabía a chocolate caliente de las seis de la mañana, humeante, resplandeciente y oscuro. En sí, ella era toda una contradicción. Como yo.
Cuando llegó esa mañana, sin conocerlo le pidió un beso, solo porque sabía volverlo adicto a sus viernes y a sus piernas de cantante francesa.
Quiso entonces ella seguir su rumbo, sus aires y sus letras y se encontró con sus
dedos, con sus clases, con su Paris inventado.
Tenía ojos aceituna, piel amarilla y dos huequitos en su rostro para guardar las ilusiones, cajas para que.
Sabía como perderse y dar vueltas en laberintos subterráneos. Le encantaba llegar a ningún lado. Dicen entonces que tardó 261 días en cavar 6000 kilómetros imaginarios que le permitieran encontrar el tesoro deseado. Cavaba siempre de madrugada, justo después de que llegaban de bailar el candombe olvidado en el puerto de las postales pegadas en la puerta que daba al más allá.
Al final nunca encontró el Dorado. Y no, no pienso de más.

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