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lunes, 9 de enero de 2012

Paraná

Y el tren que va, que va y no vuelve y que no tiene ganas de devolverse.
Si quieres, esperáme en la próxima estación, que ya no se llama esperanza, sino certeza y no miedo.
Vine hasta aquí buscando mil canciones, un no saber y un cuento para soñar; me encontré entonces con un rio gigante, caluroso y lleno de playas y espacios vacíos; de también un pasdo mejor que resuena en el eco de esa vieja lata oxidada que cualquier aire mueve.
Quise dejar tu sonrisa inolvidable en la primera esquina que encontré en la calle Buenos Aires, y viste, no fui capaz, no porque no quisiera, sino porque tuve miedo que terminara en la bandera gigante, se escondiera por Boulevard Cordoba y terminara sin saberlo en el Paraná, y yo un día sin quererlo ni pensarlo y mucho menos gritarlo me la encontrara de casualidad otra vez.
Entonces la guardé en mi mochila, en esta agenda que marca las horas y en el helado de maracuya que pensé tenía un poquito de ti.
Así sin quererlo me comí tu sonrisa y tantos buenos ires y venires. No lo dudes: disfrute cada gota y ahora siento que me alimenta en estos días interminables.
De ella, de Rosario, y sus Buenos Aires chiquitos repetidos, donde tal vez no pasa nada y pasa lo de siempre, me llevo su nombre, el sol tatuado en mi piel y en cualquier cadera.  Le dejo tal vez sus calles vacías, ese camino infinito del que nunca está al lado y la explicación que nunca llegó.
Me voy, capaz, con la promesa de ese viaje en tren hacia otra sonrisa y otra estación.
El tiempo es solo lo que pasa entre una estación y la otra.
Rosario una estación donde siempre querré volver.
Y el Paraná, el gran Paraná es lo que corre al calor para llevarse el amor.

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