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miércoles, 4 de abril de 2012

Tanto rojo imposible.

Tenía zapatos color naranja, de esos finos, de cuero original y con los que bailaría hasta a el más romántico de todos los blue(s).  Una blusa satinada y pasada de moda, también color naranja y que brillaba cada cinco minutos o cuando la luna tempranera quisiera. Escote, cuello en v y que solo dejaba ver el rojo de sus profundas pasiones. Ni siquiera sus medias moradas delataban sus 25 años tan bien sufridos.

Pintaba de negro sus recuerdos, sus ojos y esa tarea olvidada de su último curso cualquiera.  No acostumbraba a levantar la mirada cuando estaba ocupada, pues sabía, no solo que podría salirse de sus límites, sino también comerse a cualquiera.  Tampoco lo hizo en esos minutos eternos y mágicos que unen al cemento moderno con el bosque melancólico.
Sabía cantar rancheras a todo pulmón, huir de cualquier ataque desde y hacia el corazón y sonreír de emoción siempre que encontraba una sinrazón más para equilibrar su sonrisa perfecta; perfecta y perdida en la capital de un gran mal país y en los labios de otro, otro que seguro nunca la aprendió a besar.

La vi bajar del bondi, sin explicación alguna, en el medio de la nada, arrojando con el rumor de su cabello corto cualquier buen impulso de un mal piropo porteño en esa tarde somnolienta, calurosa y pegajosa del otoño del 87. La recuerdo flotando, elevada, soñando, como quien sabe entender y ponerle puntos suspensivos a su vida y a los demás y al resto también, tan orgullosa en el fondo, de saber haber hecho perder a uno más por el medio de su cordillera frutal tropical y de tanto rojo imposible.

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