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domingo, 8 de julio de 2012

Amarilla.

Ese día incierto del invierno pasado, la mañana despertó queriendo ser tarde. Sabía de antemano que nunca llegaría a la cita con su destino más posible, más cercano y más confuso.  Solo le interesaba cantar sin ritmo y volverse toda amarilla, brillante, dorada.
Fue por el camino que se perdió en lugares inconclusos, era alborotada y confusa.  Era como desayunar muy rico después de bailar mucho. Pero también era tranquila y pequeña.  Duraba lo que sus ganas le permitieran volar o lo que sus hormonas ardientes le dejaran soñar.  Lo anotaba todo en agendas con tintas mágicas de universos paralelos.  Era misteriosa, y ya sabemos que un misterio a cualquier hora de la mañana es motivo para no dejar pasar los días en vano.
Cuando dejaba de ser mañana se sentaba a leer en el balcón, a ver el gran parque pasar sus días sentado al lado de la interminable avenida. Le hablaba a las plantas, y en sus buenos días, las plantas le decían lo bonita que se veía.  De noche,  cuando se preparaba mentalmente para volver a alumbrar, enviaba sin proponérselo, buenos recuerdos a los buenos aires, a los parajes perdidos y a cualquier despistado que bajara de los cerros orientales para contarle como la extrañaban las paredes pintadas de sus mejores y coloridos días. Sabía quedarse en un mismo lugar escribiendo palabras en el aire.
Nunca supe, porqué ese día quiso levantarse queriendo ser tarde, incluso puedo pensar ahora, que le pasaba constantemente, pero la recuerdo, ahí parada en esa esquina de ese barrio olvidado, viendo al frio pasar, sin oídos para mi, sin ojos para nadie, solo queriendo ser ella y con las ganas infinitas de tatuarse en el alma esa frase con la que tropezó cuando salió del tren fantasma en la estación Constitución: "Soy del viento, soy tus ganas para volar. Soy la que sabe volar con tu aliento."

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