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domingo, 4 de noviembre de 2012

A las cinco.

A las cinco la neblina se posa sobre los techos descualquierados de ese lugar infinito rodeado de montañas.   Entonces, a las cinco todo desaparece.
A las cinco un montón de gotas aburridas empiezan a llorar por aquellos tiempos dorados.
A las cinco me doy cuenta de que prefiero las siluetas sin rectas.
A las cinco ella vuela sobre el rio de la plata y no se da cuenta.
A las cinco lo único que sé es que le sobran tres para ser solo nosotros dos.

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