Buscar este blog

lunes, 12 de noviembre de 2012

Cualquier Tango

Prefería ir de pie, no acostumbrarse a la silla común. Prefería no explicarlo.
Ahora creo que simplemente le gustaba mirar por la ventana y estar de cerca de la puerta para bajarse cuando se le diera la gana. Y no es que lo hiciera sin pensarlo, como un instinto cualquiera. Las ganas de ella tenían nombre y lugar. Pero no tiempo.
Recuerdo ahora un día perdido de abril, una tarde que parecía más bien de mayo, y un atardecer que tenía cara de verano y no de invierno.  Ella sentada sin saber que decir, y el diciendo lo que no sabía decir. Los dos sin rumbo fijo, ella atada a una silla que volaba y el dándole vueltas a la manzana podrida de un recorrido imaginario. Yo en la mitad de los dos, como el viento que no corre, como el suspiro que no transmite, como la mirada que no atrae.  Los veía hundirse en silencios infinitos, los veía queriendo estar en otro bondi, en caminos opuestos, los sabía perdidos.
Cuando cruzaron Rio de Janeiro, ya no había recuerdos, no había pasado, no había momentos felices, solo galletitas de melancolía y tes de reproches, y solo la oportunidad de voltearse y no mirarse, de morderse hacía adentro de a poquitos, comerse en vida y resucitar en sus labios, en sus uñas rojo pasión.  Esa conversación nunca acabó, nunca empezó.  Ese bondi nunca partió.
A veces me gusta pensar que las palabras quedan ahí en el aire, flotando, y se vuelven nubes.  A veces me gusta recordar que lo único que tenía que haber entendido es que ella no quería sentarse junto a el.
De vez en cuándo me siento a ver el 42 pasar y cantarle pasito al oído que ojalá nunca se acuerde de Acapulco.  De noche cuándo se me pasa vuelvo a la gran Rivadavia, andando en sentido contrario al de los carros, muy de madrugada y con el viento norte que mata, empiezo a tararear cualquier tango.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario