Esa noche fueron al fin del mundo y regresaron en un taxi por Corrientes, como si no pasará nada, como si todo fuera tan corriente y como confundir a Costa Rica con una isla. Eran otros tiempos y otros otoños ya idos y perdidos, y confundidos. Eran tantas flores regaladas. Eran solo estos pixeles en el blanco de tu indecisión.
Fue entonces cuando decidieron callar en su camino de regreso, solo mirándose de reojo y tragándose tanto viento frío que quiebra cualquier garganta profunda. Se escucharon sin hablarse, y se perdieron sin encontrarse, se dedicaron canciones sin escucharse. Se volvieron rock n´roll.
El se fue sin explicarle con suficiente claridad que nada es tan real como pintar, que nada es tan irreal como querer y que en cualquier superficie se puede volver a soñar. La recuerda subiéndose su blusa hasta su ombligo maldito, tirada en la cama de esa casa inventada, solo para no tener una excusa de no llorar para siempre y de no saber de antemano que terminarían yendo tan lejos para darse cuenta que estaban uno al lado del otro y nunca, nunca se dijeron adios.
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domingo, 22 de abril de 2012
miércoles, 4 de abril de 2012
Tanto rojo imposible.
Tenía zapatos color naranja, de esos finos, de cuero original y con los que bailaría hasta a el más romántico de todos los blue(s). Una blusa satinada y pasada de moda, también color naranja y que brillaba cada cinco minutos o cuando la luna tempranera quisiera. Escote, cuello en v y que solo dejaba ver el rojo de sus profundas pasiones. Ni siquiera sus medias moradas delataban sus 25 años tan bien sufridos.
Pintaba de negro sus recuerdos, sus ojos y esa tarea olvidada de su último curso cualquiera. No acostumbraba a levantar la mirada cuando estaba ocupada, pues sabía, no solo que podría salirse de sus límites, sino también comerse a cualquiera. Tampoco lo hizo en esos minutos eternos y mágicos que unen al cemento moderno con el bosque melancólico.
Sabía cantar rancheras a todo pulmón, huir de cualquier ataque desde y hacia el corazón y sonreír de emoción siempre que encontraba una sinrazón más para equilibrar su sonrisa perfecta; perfecta y perdida en la capital de un gran mal país y en los labios de otro, otro que seguro nunca la aprendió a besar.
La vi bajar del bondi, sin explicación alguna, en el medio de la nada, arrojando con el rumor de su cabello corto cualquier buen impulso de un mal piropo porteño en esa tarde somnolienta, calurosa y pegajosa del otoño del 87. La recuerdo flotando, elevada, soñando, como quien sabe entender y ponerle puntos suspensivos a su vida y a los demás y al resto también, tan orgullosa en el fondo, de saber haber hecho perder a uno más por el medio de su cordillera frutal tropical y de tanto rojo imposible.
Pintaba de negro sus recuerdos, sus ojos y esa tarea olvidada de su último curso cualquiera. No acostumbraba a levantar la mirada cuando estaba ocupada, pues sabía, no solo que podría salirse de sus límites, sino también comerse a cualquiera. Tampoco lo hizo en esos minutos eternos y mágicos que unen al cemento moderno con el bosque melancólico.
Sabía cantar rancheras a todo pulmón, huir de cualquier ataque desde y hacia el corazón y sonreír de emoción siempre que encontraba una sinrazón más para equilibrar su sonrisa perfecta; perfecta y perdida en la capital de un gran mal país y en los labios de otro, otro que seguro nunca la aprendió a besar.
La vi bajar del bondi, sin explicación alguna, en el medio de la nada, arrojando con el rumor de su cabello corto cualquier buen impulso de un mal piropo porteño en esa tarde somnolienta, calurosa y pegajosa del otoño del 87. La recuerdo flotando, elevada, soñando, como quien sabe entender y ponerle puntos suspensivos a su vida y a los demás y al resto también, tan orgullosa en el fondo, de saber haber hecho perder a uno más por el medio de su cordillera frutal tropical y de tanto rojo imposible.
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