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domingo, 21 de septiembre de 2014

Teoría del Ají

Y al cabo de los minutos se hartaba de todo, de los chistes sin sentido, de las bromas por hacer bromas, de recordar a la patria, de lo impensable.
Pero esa vez, mientras tarareaba las canciones de una época pasada en aquella ciudad de la furia, terminó tirado en el sofa oscuro y artesanal, en el living de aquella primavera feroz, sin entender bien lo que le pasaba, sin saberse aquí o allá.  Mientras el fernet invadía cada centímetro de su cuerpo el solo quería mirarla, imaginarla en aquel Belgrano roído por los buenos tiempos volando cual mariposa amarilla, cual colombiana de la Sabana.  Estaba como dentro de ella, tratando de entender el aura de Benjamin, el modernismo desinventado, la realidad podrida. Como si de repente y desde siempre hubiera estado atravesada como la iglesia de su pueblo.
Pasaron minutos, horas, días, años, e incluso siglos hasta que a los poco recuerdos y a las insistentes miradas ella lo entendió, se acercó y se arrodilló a su lado, sin decir nada, como siempre, pero con esa seguridad de ser dos cosas que se sobrellevan las unas a las otras y también las unas sin las otras.
Se dejó acariciar el cabello, despacio, sin afanes y sin fanes, con el calor del verano que ya venía y que les arrebataría para siempre la felicidad inocente de aquellos buenos aires. No es casualidad, que Soda cantara para entonces Tratame suavemente mientras sus amigos con bulla y joda latinoamericana caribeña siguieran como si nada, como en otra película aparte, como en otra dimensión.
Rodaron Barrancas abajo y los unió algo sin querer desde entonces, cuando esperaron el cuarenta y dos hasta ver el sol venir, y en aquel recorrido hasta el downtown se dijeron de todo sin mirarse, sin tocarse, sin hablarse. 
Esta es la teoría del Ají.

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