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domingo, 12 de octubre de 2014

De a poquito.

Tenía la manía de robar cachetes.
Tenía la idea de darle la vuelta al mundo para comprobar que era la más hermosa.
Tenía el vicio de contar sus lunares en fotografías mentales imposibles.
Vestía con remeras de mensajes épicos, gafas que nunca cuadran y ganas de nada.
Ella lo volvió pedacitos, le sacó de a poquitos lo bueno y le dejo el corazón lleno de huequitos simples.
La perdió por Constitución. La amo en Caballito. Se amaron en Palermo.
Cuentan que se perdió en las calesitas de colores, que volvió a ser niño, a decir lo que nunca dijo.
Que se volvió loco en el Tigre, que se olvidó de los demás y mando río arriba los recuerdos bonitos de aquellos amores baratos que terminaron engañándolo con sus mejores amigos.
Ahora lo ven por las noches, en esa ciudad de niebla, de fantasmas, de furia
cantando un tango cualquiera, preguntando por ella, por sus destinos fatales.
Va pintando por ahí arbolitos mágicos sin flores, con la esperanza de que florezcan en primavera y el pueda volver a pasar por esa misma esquina, por esa misma plaza, a llenarlos de colores, de vidas y de pequeños extraterrestres.
Nadie lo reconoce, nadie lo entiende y en el fondo nadie lo sigue. Saben de antemano que sobrepasa
paredes, que flota en el río y que con cualquier aguacero queda como una estatua, sonriendo, de ver el agua bajar.
Lo último que hizo en aquella ciudad inventada fue sacarle la lengua en Puerto Madero.
Algún día volverá a aquel bar, a aquel puerto de su desilución, a buscar a la misma chica, a la que nunca le dijo que no, a aquel tren destartalado del olvido.
Mientras tanto, cuentan que escribe frases en servilletas viejas en idiomas desconocidos en la ciudad bobita. Toma tinto a las dos, pandeyuca a las cinco, y envía postales sin destino a ver si le sonrien por porcentajes y de a poquito.

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