Venía por corrientes, doblaba y bajaba cada tarde por Florida.
Quería perderse en cada anticuario lujoso, en cada venta de ropa lujosa de cueros argentinos.
Nunca supo como llegó allá, y tampoco sabe aún como se irá de allí.
Era feliz en su casa, durmiendo la siesta, acomodando las copias, perdiéndose entre textos poderosos y desconocidos de autores locos de tiempos inmemoriables.
El, la visitaba cada cincuenta y cuatro horas, sin minutos más ni minutos menos.
Le recordaba la hora del almuerzo, las noticias de las doce y el olor del mar caribe olvidado.
Se amaban sin pensarlo, sin rencores, sin excusas simples de kilómetros perdidos.
La cama grande, el living, el placard, la concha del pato, la lingerie muy roja. Los adidas y los converse. El día a día en el Día.
El conserje, el París que nunca encontraron, los buenos aires bajo el aire acondicionado repodrido.
Muy a las cinco él tomaba el tren rojo con rumbo al nortecito, a las clases inventadas, al rio de las desapariciones, mientras ella, con pensamientos atravesados ahogaba sus penas en facturas de grasa, en almohadas de pluma exquísitas, y en cualquier suspiro que se hubiera quedado flotando en la habitación del amor.
De noche bajaba hasta Puerto Madero, con miedo de la noche y de cada uno de los fantasmas piratas que rondaban por Reconquista. Cuando llegaba al depto, muy a las ocho se mataba, se ahorcaba con el cable del teléfono entre la pampa y la meseta, mientras se acordaba de su profesor favorito y deliraba frases sin sentido del Borges de microcentro.
Resucitaba cada mañana con la llamada esperada, con la fruta finamente picada y con la sensación infinita de desvanecerse en besos desesperados de tardes esperadas.
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domingo, 28 de septiembre de 2014
viernes, 26 de septiembre de 2014
La H perdida.
La H es un puente entre dos columnas. El camino entre dos montañas.
El cuello que une la cabeza con los pies.
La H también es silencio, es callarse, pero disfrutar de no
decir nada.
La H es un viejo hospital dónde suenan canciones de amor
para reparar corazones partidos.
La H sobre y hace falta. A veces estorba. A veces quiere
hablar.
A veces la usan y la abusan, y ella sigue ahí firme,
escuchando.
Tiene el poder de la dualidad, de poder mirar hacia sus dos
lados.
Y de no dejarse caer. Y si pudiera caminaría para encontrar
su destino.
Que suena, que no suena, ella prefiere cantar.
H de hacer que puedes escribir en un acer.
Eres no lleva H.
A veces en la mitad se ve bien, en el comienzo no tanto.
Y no le gusta ser del fondo.
Bien podemos omitirla de vez en cuando, que nos ahorra
explicaciones que nadie entiende, como dejarla tranquila, que no la jodan tanto
porque si o porque no.
La tuya la olvidan, la mía la imponen por lo general.
- Sin H, por favor! Como suplicando.
Vampiros observadores que tampoco necesitan de ella.
Y es que hablar de sus combinaciones puede ser una
conversación perdida.
Un error humano.
Ella está o se va. Se escapa. Pero está.
Al comienzo, cuando ya volteado para revisar sobre el papel,
me la encuentro HEr…
Estoy hablando de ella. De él.
Cuatro letras más y no dejas de ser Hermosa.
Si cambiamos el inicio de perdernos iremos en la misma dirección.
Ahora se que a la H no que hay que morderla.
domingo, 21 de septiembre de 2014
Teoría del Ají
Y al cabo de los minutos se hartaba de todo, de los chistes sin sentido, de las bromas por hacer bromas, de recordar a la patria, de lo impensable.
Pero esa vez, mientras tarareaba las canciones de una época pasada en aquella ciudad de la furia, terminó tirado en el sofa oscuro y artesanal, en el living de aquella primavera feroz, sin entender bien lo que le pasaba, sin saberse aquí o allá. Mientras el fernet invadía cada centímetro de su cuerpo el solo quería mirarla, imaginarla en aquel Belgrano roído por los buenos tiempos volando cual mariposa amarilla, cual colombiana de la Sabana. Estaba como dentro de ella, tratando de entender el aura de Benjamin, el modernismo desinventado, la realidad podrida. Como si de repente y desde siempre hubiera estado atravesada como la iglesia de su pueblo.
Pasaron minutos, horas, días, años, e incluso siglos hasta que a los poco recuerdos y a las insistentes miradas ella lo entendió, se acercó y se arrodilló a su lado, sin decir nada, como siempre, pero con esa seguridad de ser dos cosas que se sobrellevan las unas a las otras y también las unas sin las otras.
Se dejó acariciar el cabello, despacio, sin afanes y sin fanes, con el calor del verano que ya venía y que les arrebataría para siempre la felicidad inocente de aquellos buenos aires. No es casualidad, que Soda cantara para entonces Tratame suavemente mientras sus amigos con bulla y joda latinoamericana caribeña siguieran como si nada, como en otra película aparte, como en otra dimensión.
Rodaron Barrancas abajo y los unió algo sin querer desde entonces, cuando esperaron el cuarenta y dos hasta ver el sol venir, y en aquel recorrido hasta el downtown se dijeron de todo sin mirarse, sin tocarse, sin hablarse.
Esta es la teoría del Ají.
domingo, 14 de septiembre de 2014
Sin rodillas.
Quizás de tanto andar se perdió. Quizás de tanto perderse quiso nunca parar de andar.
Nunca fue bueno para encontrarse, ni tampoco de parar.
Nunca quiso domingo a la tarde, ni rezar por vos.
Se desmoronó de a poquitos en esa vieja estación del tren esperando a la chica de rojo.
Cantó a pesar de las llamas. Escribió a pesar del olvido.
Saltó entre las páginas de aquel calendario gris y cuadriculado y borró para siempre al año de sus desgracias, también quitó el quince de septiembre. Le deseó feliz cumpleaños.
Nunca supo a que sabían sus besos. Nunca uso aquel mapa de los destinos fatales.
Pensó en su amor amarillo. La vio subir al cielo con su obra y gracia.
Le dio flores. Le quitó amores.
- Pobres lindos ojos. Le dijo muy de tarde, muy de madrugada, muy para nada.
Tenía alma de diamante. Un amor en vano. Un principe descolorido.
Se quedó sin rodillas.
- Bancátelo, va ser siempre así. Le dijo ella.
Nunca fue bueno para encontrarse, ni tampoco de parar.
Nunca quiso domingo a la tarde, ni rezar por vos.
Se desmoronó de a poquitos en esa vieja estación del tren esperando a la chica de rojo.
Cantó a pesar de las llamas. Escribió a pesar del olvido.
Saltó entre las páginas de aquel calendario gris y cuadriculado y borró para siempre al año de sus desgracias, también quitó el quince de septiembre. Le deseó feliz cumpleaños.
Nunca supo a que sabían sus besos. Nunca uso aquel mapa de los destinos fatales.
Pensó en su amor amarillo. La vio subir al cielo con su obra y gracia.
Le dio flores. Le quitó amores.
- Pobres lindos ojos. Le dijo muy de tarde, muy de madrugada, muy para nada.
Tenía alma de diamante. Un amor en vano. Un principe descolorido.
Se quedó sin rodillas.
- Bancátelo, va ser siempre así. Le dijo ella.
domingo, 7 de septiembre de 2014
Perdido en Budapest
Era Kali y el infierno de las dos y treinta. Era la soledad de la recta, la lejanía del sol, el ruido de la música. Era el frio perdido en alguna montaña del gran Santander. Era México para comerse. Era cada una de esas frases que unen a los Buenos Aires con estos otros aires. Era la luna podrida. La frontera, el desayuno, la ducha, el taxi. El bullicio y las tutecas. La transparencia insospechada, la mañana aquella, la tele cuadrada y aquel viejo hotel perdido en la neblina infinita del madrugar cotidiano. La catorce y catorce formas de quererte. La doce y doce formas de perderse. La calle real. El pasado, las injusticias, las villas. La quinta, le sexta y la salsa. Los disparos, el túnel, el sancocho, el pescado y el pacífico. Ella tirada en la cama de la última habitación del último piso, en el último rincón, con su lencería negra y fina, con sus letras a la espalda, tirada en la cama exquisita, en la realidad incontrolable, con los ojos cerrados, las rodillas peladas y el corazón vuelto pedacitos. Soñaba paraísos artificiales, lagos en el cielo, cantaba la música lígera, veía irse al genio en stereo. De costanera a Belgrano, caminando por calles vacías. Perderse en el barrio chino, comer sushi, irse en un tren, terminar en Katmandú. La verdad es que nunca la vieron en aquella habitación, nunca abrieron la puerta, nunca le tocaron para llevarle el desayuno a la cama, pero siempre desde lejos se veía la luz roja prendida hasta altas horas de la madrugada. Un poquito de incienso, aromas naturales, mucho cuidado y mucho cabello enredado. Las llaves, Pinocho y la fantasía. Los cuentos que se cuentan solos, las princesas que mueren de amor. Help! Los Beatles detrás de los Beatles, las cosas que nunca quiso ver. Los vecinos. Drexler, la cueva en la luna. El tren y los aviones. La semana santa. Los cafres. Su manía de funcionar con modos. El cine mudo. La sierra nevada. Las nubes y los aviones. La ingratitud, la indeferencia, los hombres G. Ni acompañada, ni sola. Segura en esa habitación de espejos y laberintos de Borges. París, la maga y Cortazar. Plaza Cortazar. Subir, conocer una francesa, pararse en una esquina, entrar al bar, olvidar la clase, hablar incoherencias. Los esmaltes, el spa, la depilación, los signos, el rito, el corazón delator y esos enormes ojos de Batman que todo se comían con esa mirada que enloquecía a cualquiera. La enloqueció a ella, pensando en su principe azul descolorido, inventando frases para no creer y comiendo papaya muy de mañana. Era el cambio de tu piel y esta necesidad absurda de ser un amor en vano, un terco peliador de medianoche. Ven a visitarme en los tiempos de guerra. Y trae una de esas madrugadas tuyas, un abrazo de esos rojos y unas ganas de esos labios partidos. Pasa que yo también me pierdo en Budapest.
jueves, 4 de septiembre de 2014
Eso que llevas ahí
Decidió caminar por la gran muralla China en sentido contrario, contando cada uno de sus pasos, suspirando por cada recuerdo inconcluso. Era pequeña y enredada, con manos bellas y temores necesarios. Podía vestir de kimono y estar soñando en el Chocó. Cuentan que de ese viaje mágico nunca regresó, que se dedicó a escribir de para atrás, que cambió la izquierda por la derecha, y a el occidente por el oriente. Que por las noches realizaba artesanías invisibles, cantaba rancheras a grito herido y se pintaba las uñas de color oscuro, y que cuando apenas aparecía el sol en horizonte, se le transformaban en uñas de color rojo sangre de la suya sin explicación alguna. Que dejó el cigarrillo por los amores maternales y a los amores por los suspiros contenidos del té inglés de las cinco. Que también volvió a usar máscaras para protegerse de aquellos gigantes de vientos desesperanzados.
Ahora, cada vez que pasa por aquella gran muralla y se para en el mirador de los turistas extranjeros, el la mira desde lejos, sin remordimientos y recuerda ese lunar, tan suyo, tan maldito y tan feliz, que ella lleva ahí.
- "Sigue caminando, y vuelve al comienzo! "– Le grita desde lejos, en silencio.
martes, 2 de septiembre de 2014
Cadaver exquisito.
(...) Tu banda sonora era el tanto tango y tanto dolor. Tu guión era el tango, sexo, y el tanto amor. Mi estrategia eran las flores cortadas para ti directamente de aquella naturaleza virgen y extraviada. Mi guía era el mapa que no entendía de mis destinitos fatales, mientras tu escalabas las montañas más altas de tu imaginación. (...)
Septiembre 2014.
Septiembre 2014.
lunes, 1 de septiembre de 2014
Tenías
(...) Quiso huir y convertirse en protagonista de un cuento donde narrador y lector se confunden en sinfonías musicales inconclusas que dan la sensación de poder confiar. Quiso saltar entre renglones y parlamentos, convertir el drama en comedia, y la comedia en reality, y el reality en cuentos de hadas, y los cuentos de hadas otra vez en sinfonías y en canciones cursis y no tan de modas. Quiso tener una manta y amarla tanto como ella a él. (...)
Agosto, 2014.
Agosto, 2014.
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