Cuando decidieron rodar barranca abajo por aquella olvidada calle del bajo Belgrano andaban en esa bici playera comprada con los restos del verano pasado, con los esfuerzos de tanto bochorno juntos. Él la llevaba en el marco de la bicicleta cual historia de la primavera colorida en una campiña francesa, donde, como acontecimiento extraño cada agosto se daban piñas dulces y jugosas, de esas del trópico. Mientras tanto, ella se dejaba desordenar el cabello al vaivén de las músicas de moda de otra generación perdida. Cantaban juntos sin importar la letra ni la distancia, incluso las diez cuadras que rodaron, nunca fueron suficientes para poder terminar el coro de la novena canción infinita. Ese era su especie de Strawberry fields forever donde se cultivaba frutilla y se soñaba en technicolor; era el picnic con la baguette no francesa en plena Costanera, junto al rio de color plata, junto al lodo y del todo. Era el viento de aquella sabana, no sábana, mojada en el valle de la luna.
9000 vueltas dio la bici, rodaron justo hasta la carrilera del tren y se salvaron por 10 segundos mágicos de ser arrollados por la locomotora de la vida oportuna y tal vez soñada.
A ella la encontraron contando las estrellas en orden descendente nombrándolas con apellidos y fecha de nacimiento una por una, con la mirada perdida y sin más prenda que sus cucos color fucsia traídos del exterior, directamente de la última colección de los secretos de una tal Victoria. A él lo encontraron enredado en cada palabra que no pronunció, envidiando a los dinosaurios que se extinguieron y renegando de los que se convirtieron en discjockeys. Estaba hecho puro recuerdo roto, intentando dilucidar el segundo casual del tiempo incontable de los relojes de arena del desierto, en el cual le dijo a ella, que ya eran las horas, de una vez por todas, de echarse a rodar la vida.
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jueves, 22 de marzo de 2012
domingo, 12 de febrero de 2012
Perderse.
Entonces se sentó en el obelisco, sola con sus maletas, sin su negro pero con su dolor. Sin saber por qué. El pasó sin verla, ella sin sentirlo. Tampoco se vieron cuando llegaron, cuando partieron, ni cuando no se encontraron en ese viaje maravilla a las cascadas de la alegría brasilera. Sú único motivo fue cruzarse de vez en cuando, desandar los pasos del otro con la certeza única de que en algún punto se unirían.
Ese único día en que empezó éste cuento mágico él quiso pedirle un autógrafo, que tatuara en su piel las seis letras de dama mientras el se perdía en su miopía, en su mirada, en su locura, en su afán, en su show. No fue ni lo uno ni lo otro, en eso consiste la magia. Encontrarse se trata de eso, de saberse perder.
Desde entonces ella sabe perderse, a veces le tocó a los golpes, a veces a las sonrisas, siempre supo hacerlo, tanto que sigue por ahí, cantando en la ducha y bailando en los buses rojos. De él solo se sabe que se dedicó a caminar, a preguntarse dónde estaba realmente mientras se aprendía las calles de memoria, y los sabores sin sabores tropicales se los pasaba con el alcohol de las heridas. En su camino y en su destino solo ve una espalda, un back de vuelta, un castillo por construir y un cuarto con fondo azul celeste que diga: Buenos Aires.
lunes, 23 de enero de 2012
Usted abusó
Carmela no entiende que Catalina no cumple años.
Catalina no sabe que Carmela la confunde con Alexandra.
Mientras tanto Alexandra tranquila en su ventana oscura solo quiere llamarse Rebeca.
Rebeca es pura salsa, de esas que da miedo probar.
Catalina no conoce a Rebeca.
La última vez que vi a Carmela intenté confundirla con Catalina.
No funcionó; la verdad es que Catalina es la que no funciona.
De todas es más bonita Alexandra porque es transparente.
Exacto, nunca la veo. Nunca la entiendo y siempre creo que es más fea que Rebeca.
Ya ves termino confundiendo todo.
Si, tenemos que volver a empezar
porque bien sabemos que aquí la que abusó fue Ud.
Catalina no sabe que Carmela la confunde con Alexandra.
Mientras tanto Alexandra tranquila en su ventana oscura solo quiere llamarse Rebeca.
Rebeca es pura salsa, de esas que da miedo probar.
Catalina no conoce a Rebeca.
La última vez que vi a Carmela intenté confundirla con Catalina.
No funcionó; la verdad es que Catalina es la que no funciona.
De todas es más bonita Alexandra porque es transparente.
Exacto, nunca la veo. Nunca la entiendo y siempre creo que es más fea que Rebeca.
Ya ves termino confundiendo todo.
Si, tenemos que volver a empezar
porque bien sabemos que aquí la que abusó fue Ud.
domingo, 22 de enero de 2012
Verano
Ando pensando en el blanco y en los colores.
En los colores del blanco.
En el andar pensando.
Pensando como andar,
como tanto blanco es tanto color
y que color le hace falta al blanco.
Ando queriendo el verano como al blanco.
Como al blanco vacío, como la hoja blanca que agobia sin color.
El verano que anda, no para y no hace falta.
Hoja blanca sin marca roja.
Roja fue esa línea y rojo es el stop.
Pará verano y tráeme al otoño.
Cortas mañanas, largas noches
Noches que son iguales a las mañanas cortas
Y tantas noches sin ver tus mañanas.
Ando queriendo contar un cuento
Y querer contar hace parte de colorear.
Y el cuento hace parte de Blancanieves.
En los colores del blanco.
En el andar pensando.
Pensando como andar,
como tanto blanco es tanto color
y que color le hace falta al blanco.
Ando queriendo el verano como al blanco.
Como al blanco vacío, como la hoja blanca que agobia sin color.
El verano que anda, no para y no hace falta.
Hoja blanca sin marca roja.
Roja fue esa línea y rojo es el stop.
Pará verano y tráeme al otoño.
Cortas mañanas, largas noches
Noches que son iguales a las mañanas cortas
Y tantas noches sin ver tus mañanas.
Ando queriendo contar un cuento
Y querer contar hace parte de colorear.
Y el cuento hace parte de Blancanieves.
lunes, 9 de enero de 2012
Paraná
Y el tren que va, que va y no vuelve y que no tiene ganas de devolverse.
Si quieres, esperáme en la próxima estación, que ya no se llama esperanza, sino certeza y no miedo.
Vine hasta aquí buscando mil canciones, un no saber y un cuento para soñar; me encontré entonces con un rio gigante, caluroso y lleno de playas y espacios vacíos; de también un pasdo mejor que resuena en el eco de esa vieja lata oxidada que cualquier aire mueve.
Quise dejar tu sonrisa inolvidable en la primera esquina que encontré en la calle Buenos Aires, y viste, no fui capaz, no porque no quisiera, sino porque tuve miedo que terminara en la bandera gigante, se escondiera por Boulevard Cordoba y terminara sin saberlo en el Paraná, y yo un día sin quererlo ni pensarlo y mucho menos gritarlo me la encontrara de casualidad otra vez.
Entonces la guardé en mi mochila, en esta agenda que marca las horas y en el helado de maracuya que pensé tenía un poquito de ti.
Así sin quererlo me comí tu sonrisa y tantos buenos ires y venires. No lo dudes: disfrute cada gota y ahora siento que me alimenta en estos días interminables.
De ella, de Rosario, y sus Buenos Aires chiquitos repetidos, donde tal vez no pasa nada y pasa lo de siempre, me llevo su nombre, el sol tatuado en mi piel y en cualquier cadera. Le dejo tal vez sus calles vacías, ese camino infinito del que nunca está al lado y la explicación que nunca llegó.
Me voy, capaz, con la promesa de ese viaje en tren hacia otra sonrisa y otra estación.
El tiempo es solo lo que pasa entre una estación y la otra.
Rosario una estación donde siempre querré volver.
Y el Paraná, el gran Paraná es lo que corre al calor para llevarse el amor.
Si quieres, esperáme en la próxima estación, que ya no se llama esperanza, sino certeza y no miedo.
Vine hasta aquí buscando mil canciones, un no saber y un cuento para soñar; me encontré entonces con un rio gigante, caluroso y lleno de playas y espacios vacíos; de también un pasdo mejor que resuena en el eco de esa vieja lata oxidada que cualquier aire mueve.
Quise dejar tu sonrisa inolvidable en la primera esquina que encontré en la calle Buenos Aires, y viste, no fui capaz, no porque no quisiera, sino porque tuve miedo que terminara en la bandera gigante, se escondiera por Boulevard Cordoba y terminara sin saberlo en el Paraná, y yo un día sin quererlo ni pensarlo y mucho menos gritarlo me la encontrara de casualidad otra vez.
Entonces la guardé en mi mochila, en esta agenda que marca las horas y en el helado de maracuya que pensé tenía un poquito de ti.
Así sin quererlo me comí tu sonrisa y tantos buenos ires y venires. No lo dudes: disfrute cada gota y ahora siento que me alimenta en estos días interminables.
De ella, de Rosario, y sus Buenos Aires chiquitos repetidos, donde tal vez no pasa nada y pasa lo de siempre, me llevo su nombre, el sol tatuado en mi piel y en cualquier cadera. Le dejo tal vez sus calles vacías, ese camino infinito del que nunca está al lado y la explicación que nunca llegó.
Me voy, capaz, con la promesa de ese viaje en tren hacia otra sonrisa y otra estación.
El tiempo es solo lo que pasa entre una estación y la otra.
Rosario una estación donde siempre querré volver.
Y el Paraná, el gran Paraná es lo que corre al calor para llevarse el amor.
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