Prefería ir de pie, no acostumbrarse a la silla común. Prefería no explicarlo.
Ahora creo que simplemente le gustaba mirar por la ventana y estar de cerca de la puerta para bajarse cuando se le diera la gana. Y no es que lo hiciera sin pensarlo, como un instinto cualquiera. Las ganas de ella tenían nombre y lugar. Pero no tiempo.
Recuerdo ahora un día perdido de abril, una tarde que parecía más bien de mayo, y un atardecer que tenía cara de verano y no de invierno. Ella sentada sin saber que decir, y el diciendo lo que no sabía decir. Los dos sin rumbo fijo, ella atada a una silla que volaba y el dándole vueltas a la manzana podrida de un recorrido imaginario. Yo en la mitad de los dos, como el viento que no corre, como el suspiro que no transmite, como la mirada que no atrae. Los veía hundirse en silencios infinitos, los veía queriendo estar en otro bondi, en caminos opuestos, los sabía perdidos.
Cuando cruzaron Rio de Janeiro, ya no había recuerdos, no había pasado, no había momentos felices, solo galletitas de melancolía y tes de reproches, y solo la oportunidad de voltearse y no mirarse, de morderse hacía adentro de a poquitos, comerse en vida y resucitar en sus labios, en sus uñas rojo pasión. Esa conversación nunca acabó, nunca empezó. Ese bondi nunca partió.
A veces me gusta pensar que las palabras quedan ahí en el aire, flotando, y se vuelven nubes. A veces me gusta recordar que lo único que tenía que haber entendido es que ella no quería sentarse junto a el.
De vez en cuándo me siento a ver el 42 pasar y cantarle pasito al oído que ojalá nunca se acuerde de Acapulco. De noche cuándo se me pasa vuelvo a la gran Rivadavia, andando en sentido contrario al de los carros, muy de madrugada y con el viento norte que mata, empiezo a tararear cualquier tango.
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lunes, 12 de noviembre de 2012
domingo, 4 de noviembre de 2012
A las cinco.
A las cinco la neblina se posa sobre los techos descualquierados de ese lugar infinito rodeado de montañas. Entonces, a las cinco todo desaparece.
A las cinco un montón de gotas aburridas empiezan a llorar por aquellos tiempos dorados.
A las cinco me doy cuenta de que prefiero las siluetas sin rectas.
A las cinco ella vuela sobre el rio de la plata y no se da cuenta.
A las cinco lo único que sé es que le sobran tres para ser solo nosotros dos.
A las cinco un montón de gotas aburridas empiezan a llorar por aquellos tiempos dorados.
A las cinco me doy cuenta de que prefiero las siluetas sin rectas.
A las cinco ella vuela sobre el rio de la plata y no se da cuenta.
A las cinco lo único que sé es que le sobran tres para ser solo nosotros dos.
domingo, 23 de septiembre de 2012
Aire Valiente
Escuchó su nombre al otro lado de la línea telefónica: Valentina! . Fuerte y claro, y en medio del invierno de aquel año plateado sobre plateado. Pudo haber cantado mientras bajaba los dos pisos en el elevador "Ella es menor, el es normal" pero decidió no pensar e intentar controlar sus nervios repentinos al compás de sus botas negras y de los sonidos de la vieja guardia.
Se saludaron y sonrieron, si bien no recuerdo, yo los vi pasar sin afán mientras caía la última lluvia de razones que recuerde la ciudad de la furia. No sabían nada del otro, y eso siempre da tranquilidad, da espacio, da la onda para sentirse bien. Los dos eran miopes pero les bastaban sus sueños para verse, los dos sabían que de cierta forma era empezar por el final, los dos le rezaban a Charly en las horas húmedas del más allá, eran parte de la religión. Estaban unidos desde ahí y desde allá.
Los perdí de vista cuando cruzaron la avenida para tomarse un submarino no amarillo pintado en la vieja pared del bar de su incomprensión. Recuerdo que ella llevaba su pequeña guitarra a la espalda para cantarle las canciones que él le pidiera mientras veían pasar los minutos mágicos en el reloj de plastilina. También llevaba su campera gris de promesas en el bidet para cumplir, donde se alcanzaba a distinguir, tatuado en la tela, el nombre de ese loco en trance, de ese pasajero de su corazón. El, en cambio, no tenía la mirada fija, ni tampoco sus pasos centrados, y cargaba con una bolsita de souvenirs del paraíso: música del alma en forma de cds y tantos besos para ella que superaban significativamente la multiplicación de sesenta x sesenta.
Tiempo después me contaron que lo vieron en la cruz del sur respirando gracias a un envase pequeño de vidrio donde ella decidió meterse para salvarle su dedo extraño y darle siempre aire tan valiente como el de ella.
sábado, 15 de septiembre de 2012
Amaranta
Amaranta es un cuento. Eso respondo yo cuando me preguntan por ella, y es que suelo confundirme en la respuesta porque los cuentos de hadas al final terminaron por aburrirla, y yo particularmente me confundo porque el pequeño edificio azul de enfrente se llama Amaranto. Pero ni siquiera es un cuento, es la protagonista de uno, del suyo tal vez, del mío nunca supe. Es la princesa del cuento de hadas que todos leemos y con la que todos podríamos soñar. Son palabras, como cuando le dije que lo más importante era amar a una manta, no a las del mar que tiran rayas y se llaman manta rayas sino a una manta para cuando haga frio en el mar. Así tampoco es, pero es que pasa que no quiero que sepan quien es Amaranta.
La primera vez la vi por el Obelisco y aprendí que es una historia que no voy a volver a contar. Luego dicen que la vieron por Facultad de Medicina y al minuto tres por Constitución. Era un septiembre negro aquel, nada de primaveras, solo negro, y hablo de aquella malla de baño que tan bien le quedaba para la pileta de sueños por cumplir. Amaranta puede tomar un Tom Collins y comer una torta de chocolate al tiempo. Puede tener las uñas poco arregladas y la cara perfecta, al mismo tiempo, y eso es raro, que se yo.
Una de las muchas historias que me contaron fue cuando saltó tres mil renglones seguidos sin punto ni aparte desde un Transmilenio para cumplir la cita de una boda inconclusa, esperada y obvio, no realizada. Fue un día como a las tres de la tarde. Un día no, el tercer día después de dormir, y es que también le encantaba dormir, y creo que antes del obelisco la conocí en una cama, como la bella durmiente, a pesar de que era mejor historia la de blanca en las nieves perpetuas y lejanas de ese verano ardiente en que todo indicaba que iríamos juntos a Brasil. Y es que hablo en presente y en pasado, porque Amaranta es historia futura sepa usted señor lector. Como Remedios La Bella, también subirá los cielos, como los ángeles del Victoria Secret que tanto le gusta usar. Y no hablo de la vida diaria en esos rojos buses. Amaranta era capaz de ver mil postales de esa ciudad de la furia olvidada mientras se imaginaba bañada en fernét en plena capital de la luna del país chincha que poco tenía que ver con el tardío hipismo ochentero de nuestra generación perdida que aprendió matemáticas con Francisco.
Suelo confundir fechas y protagonistas, no porque no las sepa sino porque es mejor así, no saber nada para poder sobrevivir y al final, como algún día no lo prometimos en las cataratas húmedas de esas redes no entendidas, de ese límite que se va por el gran Rio Paraná, de ese hito tres fronteras, viste, desde ahí viene el tres, y entonces Soda Stereo cantaría en nuestra boda la canción esa del té para tres y cosas así.Una vez más volví a perder el rumbo, y es que también tiene que ver con la manzana envenenada, y eso indica que el nombre que le colocó el destino fue perfecto: Te amarán Amar anta.Pero mejor retomemos y resumamos, Amaranta se encontrará con su príncipe azul en las Cataratas de Iguazú, el resto, el resto es un cuento.
domingo, 8 de julio de 2012
Amarilla.
Ese día incierto del invierno pasado, la mañana despertó queriendo ser tarde. Sabía de antemano que nunca llegaría a la cita con su destino más posible, más cercano y más confuso. Solo le interesaba cantar sin ritmo y volverse toda amarilla, brillante, dorada.
Fue por el camino que se perdió en lugares inconclusos, era alborotada y confusa. Era como desayunar muy rico después de bailar mucho. Pero también era tranquila y pequeña. Duraba lo que sus ganas le permitieran volar o lo que sus hormonas ardientes le dejaran soñar. Lo anotaba todo en agendas con tintas mágicas de universos paralelos. Era misteriosa, y ya sabemos que un misterio a cualquier hora de la mañana es motivo para no dejar pasar los días en vano.
Cuando dejaba de ser mañana se sentaba a leer en el balcón, a ver el gran parque pasar sus días sentado al lado de la interminable avenida. Le hablaba a las plantas, y en sus buenos días, las plantas le decían lo bonita que se veía. De noche, cuando se preparaba mentalmente para volver a alumbrar, enviaba sin proponérselo, buenos recuerdos a los buenos aires, a los parajes perdidos y a cualquier despistado que bajara de los cerros orientales para contarle como la extrañaban las paredes pintadas de sus mejores y coloridos días. Sabía quedarse en un mismo lugar escribiendo palabras en el aire.
Nunca supe, porqué ese día quiso levantarse queriendo ser tarde, incluso puedo pensar ahora, que le pasaba constantemente, pero la recuerdo, ahí parada en esa esquina de ese barrio olvidado, viendo al frio pasar, sin oídos para mi, sin ojos para nadie, solo queriendo ser ella y con las ganas infinitas de tatuarse en el alma esa frase con la que tropezó cuando salió del tren fantasma en la estación Constitución: "Soy del viento, soy tus ganas para volar. Soy la que sabe volar con tu aliento."
Fue por el camino que se perdió en lugares inconclusos, era alborotada y confusa. Era como desayunar muy rico después de bailar mucho. Pero también era tranquila y pequeña. Duraba lo que sus ganas le permitieran volar o lo que sus hormonas ardientes le dejaran soñar. Lo anotaba todo en agendas con tintas mágicas de universos paralelos. Era misteriosa, y ya sabemos que un misterio a cualquier hora de la mañana es motivo para no dejar pasar los días en vano.
Cuando dejaba de ser mañana se sentaba a leer en el balcón, a ver el gran parque pasar sus días sentado al lado de la interminable avenida. Le hablaba a las plantas, y en sus buenos días, las plantas le decían lo bonita que se veía. De noche, cuando se preparaba mentalmente para volver a alumbrar, enviaba sin proponérselo, buenos recuerdos a los buenos aires, a los parajes perdidos y a cualquier despistado que bajara de los cerros orientales para contarle como la extrañaban las paredes pintadas de sus mejores y coloridos días. Sabía quedarse en un mismo lugar escribiendo palabras en el aire.
Nunca supe, porqué ese día quiso levantarse queriendo ser tarde, incluso puedo pensar ahora, que le pasaba constantemente, pero la recuerdo, ahí parada en esa esquina de ese barrio olvidado, viendo al frio pasar, sin oídos para mi, sin ojos para nadie, solo queriendo ser ella y con las ganas infinitas de tatuarse en el alma esa frase con la que tropezó cuando salió del tren fantasma en la estación Constitución: "Soy del viento, soy tus ganas para volar. Soy la que sabe volar con tu aliento."
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