Tu tan haría, yo tan honesto.
Tu tan bonita, yo tan bonita que te veo.
Tu tan camino, yo tan caminante.
Tu tan Salta, yo tan cascada.
Tu tan dorado, yo tan vida.
Tu tan cerámica, yo tan no se lo que pasa.
Tu tan café, yo tan azúcar.
Yo tan azúcar que te invito a mi casa.
Buscar este blog
sábado, 16 de febrero de 2013
miércoles, 6 de febrero de 2013
Maria de los cielos.
Se fue sin dejarme responder, sin dejarme despedir.
Se fue pensando que alguien le escribía un guión para ella.
La tarde anterior, después de la siesta de las dos, una mujer de pelo corto, rubio y un poco desubicada en aquel pueblo de la luna, llegó hasta la puerta de su casa en una bicicleta playera, playera y porteña, muy de Costanera y le entregó un viejo sobre de manila, que atestiguaba haber sobrevivido al desbordamiento de las cataratas y a millones de años de soledad.
El sobre, contenía las estampillas recortadas de mil cartas de amor. De aquellas cartas de amor escritas con caligrafía perfecta, y que él, por sus desilusiones absolutas nunca le envió. También había una postal sepia de aquel puerto olvidado y donde, por encima, sonaba un triste bandoneón. Al fondo encontró también tres fotos y un mapa. Las fotos tenían relación con el mapa: habían sido tomadas en lugares específicos y trazaban un único camino entre ella y la casa de madera de sus sueños perdidos. Dos fotos eran de ella en otro verano re podrido. En la otra, él anunciaba un aguacero interminable, y su vuelta a la tierra del olvido.
Ella no supo que hacer, pero entendió, sin vacilar, el camino que marcaba aquel mapa y que, capaz, le recordaba las noches maravillosas de amor en la ciudad de la furia en las que se aprendió sin querer la carta celeste. Decidió esa misma noche que seguiría aquellas indicaciones y que tal vez, el camino más corto era subir a los cielos.
Nunca llegó a aquella fiesta de bienvenida, llena de servidumbre y de laberintos de Borges. Se fue a los cielos con las uñas horribles, con rastros del esmalte de una bella y puta dama, con el cabello despeinado, con la boca sabiendo a fernét y sin entender, como siempre, a su teléfono y a su destino de princesa de un cuento no terminado. El sobre, lo dejó como si nadie lo hubiera abierto.
A veces la recuerdo como un cuento de hadas, o como una novela de adolescentes, o como un corto de realismo mágico. A veces creo verla en el Obelisco.
A veces creo, que también, a las palabras, se las lleva el buen aire.
jueves, 24 de enero de 2013
Estrella
A las cinco el pueblo fue sepultado por una neblina densa y gris.
Gris de esos que parece y no son. Fue entonces cuando de los cielos bajó una estrella, no tan amarilla, no tan dorada y un poco ácida -si alguien se hubiera atrevido a probarla-.
Había viajado tres mil años de lucecitas de navidad, sólo quería dormir y tenía un solo fin: que le cantaran al oído. Le gustaba soñar.
Dicen que cinco minutos después desapareció. La neblina, también.
Cuentan que desde esa tarde en aquel pueblo perdido de nubes de algodón y panaderías exquisitas, muy a las cinco de la tarde, todos los hombres del pueblo salen al parque principal a cantarle al oído a la niña de sus sueños. Cuentan que es un pueblo feliz y bonito. Cuentan también que la reina coqueta, fue una de las pocas que vio el camino que tomó la estrella, y desde entonces, loca y sola se dedica a contar con su mascara la historia, mientras encuentra el camino exacto por donde marchó aquella estrella soñadora. Dicen, que el día cuando ella recuerde y tome rumbo por aquel camino , el pueblo desaparecerá para siempre bajo una neblina, una neblina que dicen, ya no será gris de a poquitos, sino blanca, tan blanca que pintarán un pueblo nuevo de colores bonitos y alegres encima. Un pueblo donde haya cebras por las calles y miles de estrellas por las noches. Un pueblo soñador.
domingo, 30 de diciembre de 2012
Suspiros
Suspiros entre sus piernas.
Suspiros de las medias negras.
Suspiros por las mañanas.
Suspiros los viernes.
Maria Fernanda se llama Suspiros.
Soupirer pour, supongo yo.
Como una negra linda.
Suspiros y gatas que dicen miau.
Suspiros como en una pintura renacentista.
Suspiros y minúticos.
Like hard candy.
Suspiros de negro, que se yo.
domingo, 2 de diciembre de 2012
La reina coqueta
Fue en una noche de luna roja y de halloween enredado.
Fue una mañana de un puente feriado de esos que allá no existen.
Fueron unos huequitos que comunicaban dos puntos elegantes que formaban una sonrisa perfecta.
Fue ella quien no sabía sumar pero que sabia contar con exactitud las canciones vallenatas que jamás querría volver a escuchar.
Fue en un pueblo con un obelisco de mentiras, donde cuentan, se escondía Bolivar cuando salía a jugar al parque.
Fue él, quien no sabía contar historias. Fue él, quien solo tomaba fotos de mentiras.
Cuentan entonces que ese día, que esa noche, ella, toda una reina amarilla y de uñas aguamarina, quiso salir a bailar la salsa y el bembé hasta entrada la madrugada, desafiando a toda su corte, a todas sus medidas impuestas por un castillo de fans que se derrumbaba cual castillo de naipes con sus soplos de viento olor a flores frescas de las mañanas. Cuentan que la vieron con una máscara dorada, pasando desapercibida entre tanto tequila y entre tanto grado bajo cero. Dicen que enviaba besos para despistar y se hacia peinar para que la despeinasen.
Reza la leyenda, que cuando uno pasa por ese viejo y olvidado puente de guada se escucha el rumor de un mar tranquilo, de unas olas que refrescan y se escucha sin querer un ajá meditabundo y sonoro en la voz de aquella reina coqueta. Cuentan que esa noche de copas, fue la única palabra que ella supo decirle al único caballero solitario que quiso cantarle a grito herido al oído canciones de amor.
Fue una mañana de un puente feriado de esos que allá no existen.
Fueron unos huequitos que comunicaban dos puntos elegantes que formaban una sonrisa perfecta.
Fue ella quien no sabía sumar pero que sabia contar con exactitud las canciones vallenatas que jamás querría volver a escuchar.
Fue en un pueblo con un obelisco de mentiras, donde cuentan, se escondía Bolivar cuando salía a jugar al parque.
Fue él, quien no sabía contar historias. Fue él, quien solo tomaba fotos de mentiras.
Cuentan entonces que ese día, que esa noche, ella, toda una reina amarilla y de uñas aguamarina, quiso salir a bailar la salsa y el bembé hasta entrada la madrugada, desafiando a toda su corte, a todas sus medidas impuestas por un castillo de fans que se derrumbaba cual castillo de naipes con sus soplos de viento olor a flores frescas de las mañanas. Cuentan que la vieron con una máscara dorada, pasando desapercibida entre tanto tequila y entre tanto grado bajo cero. Dicen que enviaba besos para despistar y se hacia peinar para que la despeinasen.
Reza la leyenda, que cuando uno pasa por ese viejo y olvidado puente de guada se escucha el rumor de un mar tranquilo, de unas olas que refrescan y se escucha sin querer un ajá meditabundo y sonoro en la voz de aquella reina coqueta. Cuentan que esa noche de copas, fue la única palabra que ella supo decirle al único caballero solitario que quiso cantarle a grito herido al oído canciones de amor.
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)