Pasa la luna, cae el sol.
Luego viene el frio, la neblina, el hambre, la sonrisa.
Más luego vienen los sueños.
De madrugada el silencio, y en el silencio, la sombra.
De la sombra sales, apareces, desapareces, me pierdes.
De perderse hablaban las princesas.
De las pinturas Rafael.
De las fotos no sabemos.
Y al final de todo, tu cambio de piel.
Quemarse por dentro.
Caminar despacio, ser querida.
Ahora no te veo, ahora no. No es hora del te.
El tiempo lo dirá, pero en inglés.
Y mientras vuelve aparecer la luna,
un nuevo corte, no una herida
una crema, de estrellas.
Lo que me hace falta querida es quererte.
O que Amaranta baje de los cielos.
Hmmm.
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domingo, 25 de agosto de 2013
domingo, 2 de junio de 2013
Como una ensalada de frutas
Marzo entonces se perdió
por las calles de ese Abril incierto, se confundió entre tanta hoja suelta y
solo dejó el renglón final para poder comerse ese postre como punto final.
Lo esperaba en la esquina absoluta y maloliente de aquella ciudad ya no tan gris, ya no tan ciudad, ya no tan ochentas, ya si tan mal olorosa, y es porque, capaz, le faltaban las rosas.
Luego vino la madrugada, la gallina, la plaza, el amor, el desamor, la gasolina, los kilómetros, los kilométricos, los textos, los quipitos, los skype que son como los quipitos... y más luego, la neblina, la noche, la lluvia, no viajar, la música, la ceja, la pierna, el cargador.
Cruzaron sin afán y se quedaron viendo la película de horror afuera de ese teatro olvidado. Comieron pescado y rezaron en vano. Era un país de ruanas y de tintos. También había otro donde se conocieron a distancia y el tinto era vino. En el camino de regreso contaron las huellas perdidas y se perdieron en las playas blancas.
Se supieron el uno al otro. Otro y uno supieron ser. Como una ensalada de frutas.
Como si nadie nos leyera.
Ella era más de Mayo, más de otoño, más de los colores y menos de los sepias. Era alta y guerrera. El callado y con el perfil, ya no se si era el perfil, de un artista rock de tiempos que nunca existieron.
Se besaron, se contaron y terminaron en el Convento.
Desde allí aparecen y desaparecen, como la isla de la fantasía, como el mar que se congela, como el tango cuando se vuelve gotan. Mejor, como cuando se vuelve gotas.
Era una plaza muy grande. Era una fruta muy rica. Era un paisaje verde que da frutas.
Era marzo perdido en la plaza de Mayo.
Pero pues. Era irse como cuando a uno le decían que se fuera.
Pasa que no hay que planearlo todo, pero hay que saber planear. O tal vez, montar en planeador.
Cambiar de paisajes. Llorar. Bajar lentamente.
Cuentan entonces que hay que pasar tres veces, ida y vuelta, por el mismo lugar para no olvidar nunca.
Siempre hay que llevar la maleta llena de cosas para no usar.
La parte más difícil del día es el desayuno. Sobre todo, lejos de casa y las naranjas nunca son suficientes. Ya no hacen falta las referencias. Hace falta ahora es dejar una herencia.
Hay que tachar con cruces. Hay que cruzar sin luces.
Hay que vivir con esa Cruz pues.
Lo esperaba en la esquina absoluta y maloliente de aquella ciudad ya no tan gris, ya no tan ciudad, ya no tan ochentas, ya si tan mal olorosa, y es porque, capaz, le faltaban las rosas.
Luego vino la madrugada, la gallina, la plaza, el amor, el desamor, la gasolina, los kilómetros, los kilométricos, los textos, los quipitos, los skype que son como los quipitos... y más luego, la neblina, la noche, la lluvia, no viajar, la música, la ceja, la pierna, el cargador.
Cruzaron sin afán y se quedaron viendo la película de horror afuera de ese teatro olvidado. Comieron pescado y rezaron en vano. Era un país de ruanas y de tintos. También había otro donde se conocieron a distancia y el tinto era vino. En el camino de regreso contaron las huellas perdidas y se perdieron en las playas blancas.
Se supieron el uno al otro. Otro y uno supieron ser. Como una ensalada de frutas.
Como si nadie nos leyera.
Ella era más de Mayo, más de otoño, más de los colores y menos de los sepias. Era alta y guerrera. El callado y con el perfil, ya no se si era el perfil, de un artista rock de tiempos que nunca existieron.
Se besaron, se contaron y terminaron en el Convento.
Desde allí aparecen y desaparecen, como la isla de la fantasía, como el mar que se congela, como el tango cuando se vuelve gotan. Mejor, como cuando se vuelve gotas.
Era una plaza muy grande. Era una fruta muy rica. Era un paisaje verde que da frutas.
Era marzo perdido en la plaza de Mayo.
Pero pues. Era irse como cuando a uno le decían que se fuera.
Pasa que no hay que planearlo todo, pero hay que saber planear. O tal vez, montar en planeador.
Cambiar de paisajes. Llorar. Bajar lentamente.
Cuentan entonces que hay que pasar tres veces, ida y vuelta, por el mismo lugar para no olvidar nunca.
Siempre hay que llevar la maleta llena de cosas para no usar.
La parte más difícil del día es el desayuno. Sobre todo, lejos de casa y las naranjas nunca son suficientes. Ya no hacen falta las referencias. Hace falta ahora es dejar una herencia.
Hay que tachar con cruces. Hay que cruzar sin luces.
Hay que vivir con esa Cruz pues.
domingo, 19 de mayo de 2013
Teoría de los momentos
Empecemos por momentum o cantidad de movimiento.
Hablamos del producto de la masa del cuerpo y su velocidad en un instante determinado.
Por lo tanto tendríamos que hablar de instantes.
O Instant Karma muy de Lennon.
O de la anatomía de un instante.
O de que Borges nunca escribió instantes.
Son tantas, o tantos, tes, que lo que me preocupa es que sean ratos.
O ratas.
El momento no se puede borrar.
Tampoco hay dos, y por lo tanto, sobran las matemáticas.
Sobran las parejas.
Las rosas no son de los momentos. El rojo si.
No tiene nada que ver pero la confianza es presente, no futuro.
Luego viene el olvido y los días a pedacitos.
Es poca la velocidad y la masa se pierde cuando las frutas se caen de la nada.
Pensaba entonces en ideas. En las ideas de los momentos.
En idealizar.
En tormentas.
En canciones con nombres clichés como las rosas.
En las flores de mayo. No necesariamente dañadas.
Los momentos son de la mente. Y del tiempo.
Y de los que los recuerdan. De los que matan por ellos.
Al final sobran las teorías cuando los momentos estallan de tanta velocidad no calculada.
Lo que no vale es aniquilarlos porque sí. Tacharlos en la fórmula.
La física es así y de la química no se.
Hay momentos malos y buenos, muchos inoportunos.
Y al final la vida son los momentos en que uno se queda pensando en los momentos pasados, futuros, no importa...
Y ahí es cuando la ecuación no cuadra y la física no es real y la química no es pura.
Habrá que suponer que es normal.
Por último solo resta pensar que las palabras no son momentos.
O que los momentos son palabras, da igual.
Así que esta teoría no sirve.
Delete, pues.
sábado, 11 de mayo de 2013
Vete Toto.
Se fueron dos post como si las palabras no fueran importantes.
Así como se me llevaron Abril, me refundieron Mayo y se olvidaron de Junio
como si no hubiera tiempo. Como si yo pidiera milagros.
Como si me estuviera faltando el aire. Como si nada.
Como si los kilómetros no contaran y hacer el amor no fuera hacerlo con amor.
Como si uno no sintiera.
De la calle del silencio a dejarme en silencio. Sin palabras. Sin música.
Como si otra vez me gritaran sin decirlo: Vete Toto.
Así como se me llevaron Abril, me refundieron Mayo y se olvidaron de Junio
como si no hubiera tiempo. Como si yo pidiera milagros.
Como si me estuviera faltando el aire. Como si nada.
Como si los kilómetros no contaran y hacer el amor no fuera hacerlo con amor.
Como si uno no sintiera.
De la calle del silencio a dejarme en silencio. Sin palabras. Sin música.
Como si otra vez me gritaran sin decirlo: Vete Toto.
miércoles, 1 de mayo de 2013
Como un melodrama
"Ella vaciló y yo le hice señas para que la recogiera, y me
fui moviendo sin perderla de vista un instante, siempre haciéndole señas para
que siguiera hasta donde terminaba la barrera. Después sí, cuando salió
del todo, nos estrangulamos."
(Melodrama, Jorge Franco)
Era tan alta como el tubo donde acostumbraba a bailar; donde le
encantaba bailar, diré. Así que la altura era lo de menos cuando de músicas se
trata. Le gustaba que la llamaran Trinidad y sabía tararear una canción solo
cinco veces seguidas. A la sexta ya la odiaba. Vivía por allá por la quinta. Y
es que de números también sabía.
Esa vez se encontraron de casualidad porque justamente se habían
ido juntos. Los libros de desamor señalan, pues, que los que llegan
separados no se quieren y los que llegan juntos se aman. Asi no era, porque yo
de eso se poco. Creo que era más bien alguno de esos títulos de esas
películas que he pensado y que nunca alcanzaré ya a hacer.
El, el tipo de cabeza rara, y el que se ilusionaba viendo a la
nube sonreír, andaba en su auto mini rojo de cartón, empinándose como cual niño de
tarde dominguera, tratando de entender porque uno se toma una foto antes de
cualquier acto de amor, como saltar del Tequendama, por ejemplo.
Hay que estar en momentos equivocados y en lugares fantásticos,
recomendaría yo, si me preguntaran. Andar de tacones y bailar por la
calle, y de eso tampoco se.
Pero a ella le gustaba. A el le enloquecía. No, tampoco eran excusas.
Eran los vientos fríos de las cuatro lo que los afectaba. Era el temblor
del tango.
Ni de Medellín ni de Baires. Ni Juntas, ni claro está,
separarse. Que jet es con jota y que la ve es uve. Que acomodarse no es fácil.
Las fotos en la cabeza quedan mejor. Así como los rayos uv que de ves en
cuando se tiran todo el resto.
Las ideas de los objetos aportaría yo. Las ponencias. La cama. La
cama vacía.
La gata ida. La ida sin la gata. Amar a la gata. Con G, de
hombres, que va con E.
Y es que pasa que se sentaba al borde de la cama, con su
lingerie, muy a lo París, con sus piernas de kms en bici por recorrer
juntos caminos inciertos, sin pensar en el abril de las lluvias mil, con su
larga cabellera, con su constante enredadera, sin brassier, a peinarse y el le
cantaba la canción de los amantes en la cama que los viajantes se van a acabar,
y pensaban en cuáles viajantes, de qué o qué, pues con tanta fruta, y si, era
mini ese carro para tanta moto que cabía, o al revés, no importa. Pero para
llegar a Paris les faltaba algo.
Se dejaba amar a ronroneos y el entonces quería ser gato y
escribirle mensajes en la espalda, y guardarlos, y bajar, y seguir bajando.
Pero esa tarde, ese puente, no solo vieron ropa de moda, almacenes
de mentiras, niños ilusionados, sino entendieron mientras comían uvas de
chocolate mágicas, despacio, y con tropiezos, y de antemano, que andar de a dos
también puede ser un plan. Y yo ahí, parado, en el medio de la
vida, y de la ida, sobra la v y la n que me falta, los miraba de reojo, de
miope que soy, soñaba temblores, saltaba con polvos pica pica, y deseba que
siempre amanecieran juntos, pues se notaba que habían, muy de mañana,
intercambiado su respiración.
Lo narro, así, como tal vez lo recuerdo, como la recuerdo a ella,
como un ventarrón de esos que te pueden cambiar la vida, y yo paradito ahí,
inventándome películas y juntando adjetivos de direcciones de calles que no
existen, pensando, que la parte importante es esa que cuentan que antes, o vaya
uno a saber, después, de esa tarde de domingo, de ese 9 de un abril con cara de
mayo y apellido de marzo, todo cambió, como si fuera causa y efecto. Es la
historia de Vidal, el muchacho este que sin pensarlo se fue a hacer de su
cabeza, un melodrama, en la mismísima Paris, ole.
- Oiga! le grito pasito el al oído de ella. - No compres un
pasaje de regreso!.
Y ahora no se si hablo de este melodrama o de los viajantes que se
van a acabar.
Es obvio que nunca alcancé a escuchar la respuesta de ella. Vaya,
que nos afectan los rayos ultravioleta. Yo te regalo, es, montañas pa
perdernos. O querernos que viene siendo lo mismo.
" - Voy a decirte la verdad para que después no estes
preguntándome con quien hablaba o por qué tengo la cara así, o por qué me quedé
mirando un punto fijo, o por qué me enredo cuando me hablás: he estado pensando
mucho en ella, mucho, mucho.
- ¿Y que sentís? me pregunta.
- Siento que me hace mucha falta."
(Melodrama, Jorge Franco)
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