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domingo, 24 de mayo de 2015

Bolero

No sabía nada de los boleros hasta que se tropezó con ella mirándolo sin remordimiento una mañana cualquiera y llena de hormigas que volaban en remolinos invisibles y aturdían sin querer los recuerdos más recientes.
No sabía nada y nunca supo nada de aquella música cautivadora, de aquel ritmo sensual y de porque ella nunca se le salió de los ojos.  Se quedó grabada en la retina y en el querer, en la bobada de las tres y en las palabras que nunca se escribieron en servilletas de papel que guardaba como manera de entender su destino.
Destino que se confunde con camino, él, que confundió el sol con el ombligo, el ombligo con el sol, los vampiros con animales mitológicos amorosos y la felicidad con las posibilidades malditas.
Ella solo se quedó al vaivén del baile, del trio con guitarras, de la montaña con nieve. Congelada en el recuerdo y en las ganas.
Esa mañana, ella lo vio primero, con el sol de la madrugada, y supo desde entonces que el la acompañaría todas las mañanas de su vida, aunque ella no quisiera ni entendiera.
A la larga, ella tampoco nunca supo, ni nunca sabrá, pero se parecía al bolero, y nunca al tango de su perdición.



domingo, 17 de mayo de 2015

Aliento

La lluvia no paró nunca. Todos entonces quedaron encerrados para siempre en esa historia azul, presos de los personajes que les tocaron y cantando en loops infinitos la misma canción aburrida de las tres. Nunca hubo una excusa diferente que la de -está lloviendo-.  Fue como un paréntesis en el tiempo, como un tiempo fuera, como congelar todo, así siguiera andando. 
Al final, nadie quiso tampoco que dejara de llover. Amaranta optó por el encierro definitivo, por preparar su muerte y cuidar sus rodillas. Así no apareciera el sol.  Todos los pretendientes quedaron con sus flores compradas. Como un tango infinito.
Ella quedó con sus ligueros puestos, con el vino cerrado, con las estrellas estallando de furia debajo de su brazo. Nunca quizo cambiarse, nunca quizo nada más. Se quedó con las ganas congeladas, con el amor impreciso, con el lounge chillout durmiéndose entre sus piernas, con el grito ahogado entre sus lunares. En realidad quedó con su último aliento. Cuentan que el quería dejarla sin aliento y nunca parar de besarla.
Nadie la volvió a ver nunca y la lluvia nunca ha parado.

domingo, 3 de mayo de 2015

Constelaciones

Se sintió nerviosa, perdida en aquel piso vacío aquella noche extraña.  Era lunes y nunca supo si su vida estaba terminando o empezando esa semana, en ese mismo maldito momento. Solo quedaban en el departamento, los recuerdos regados por el piso de aquel matrimonio inconcluso. Una amalgama de si(es) por dar y no(es) de nunca entender.

Entonces se volteó, se sacó la remera y dejó en el aire suspendido los suspiros que había guardado de la última vez en esa última vida que no alcanzó a utilizar. Sin pena, sin gloria, sin hambre, un poco sin motivos, pero sobre todo llena de esperanza y soledad. Tenía la piel blanca, marcada por el invierno tenaz del norte y del techo de lo impensable. Tenía las ganas y los labios más sexys. Tenía la sonrisa atragantada.  Tenía el miedo eterno y el brasier negro.

Era ella y ninguna, era cada vídeo inventado, reproducido y congelado en la imagen precisa.  Era lo preciso para lo impreciso.  La tele apagada, los restos de papel en el piso frío, y la cama más grande que el más grande desierto. Era Barcelona en los próximos años.  Era siempre el silencio. Las piernas, el escote, el vino, el rock, la ciudad de la furia y el frío que se colaba por cada pequeño agujero y que la mataba de a poquitos.

Luego empezó a llover. Luego paró de llover. Luego no existió el luego, solo el vacío de aquel agujero negro infinito en el espacio-tiempo de la felicidad torpe de la madrugada. Le dejó para siempre, la ruta de la constelación de sus lunares oscuros para que se perdiera cuando quisiera, pero sobretodo para que supiera que tal vez, ella nunca se iba a perder con él.

domingo, 12 de abril de 2015

Si me dejaras

Si me dejaras recorrer tus lunares. Si me dejaras tapar ese sol. Si me dejaras buscar esa luz. Si me dejaras enloquecerme por verte sonreir. Si te besara pasitico, si me besaras riquito. Si me dejaras otro vaso para medio llenarlo. Si me dejaras nunca dejarme no. Tengo ganas de pararme en la esquina y al verte pasar decirte: si me dejaras.

sábado, 4 de abril de 2015

Click

- "Estar dentro de una foto, del otro lado, y no salir en ella.  En la escena, mirada desde otro lado. Es como no existir, pero ver todo, ver sobre todo cómo se hace, que pasa. Congelar los instantes, ver el click. Pensar con los ojos, determinar el segundo. Tener el poder de adelantar o atrasar según tu recuerdo, siempre evitando quedar congelado bajo el mismo frío, bajo la misma posibilidad."

Eso pensaba, en silencio, y con el pensamiento ido, Aureliano José esa tarde insoportable de marzo en que encontró aquella vieja fotografía de un pueblo en el que estuvo pero que no recordaba, porque nunca recordó, ni entendió, como salió de él. Recordaba haber llegado, haber estado, pero nunca haber salido, y por lo tanto, su memoria le decía que tal vez nunca había estado allí.

La foto, en sepia, como todas las que se toman en marzo fue tomada a las 9:06 am en la plaza de aquel pueblo, harían 10 grados de temperatura y el fotógrafo que disparaba la vieja cámara Nikon nunca se enteró quien era Aureliano José, pues el tampoco lo vio. Aureliano José tardó 15 años viajando alrededor del mundo buscando aquella foto hasta que la encontró en el lugar menos pensado revisando y leyendo cada uno de los libros de la biblioteca de Macando, justo después de que Amaranta lo dejo esperando para siempre en la esquina donde solo llovía.

Cuando la encontró, supo que era la foto que había estado buscando porque reconoció la conversación retratada, cada una de las frases e incluso el viejo reloj de la iglesia marcaba la hora exacta. Incluso reconoció el antes, el después, la foto anterior, la foto posterior. Le impactó tanto que nunca se fijo en si él salía o no en la foto. La único que hizo fue tomar aquel libro que hablaba de animales salvajes y llevárselo a casa y guardarlo en el viejo cuarto donde fue descubierto el hielo.  Aquel fue el único libro robado en la historia de Macando.

Cuentan, como siempre se cuentan las cosas, que todos aquellos que se toman una foto en el mismo lugar de aquella fotografía, nunca salen en ella. Y es como si el click se los tragase y aparecen muchos años después en Macondo, como en un universo paralelo, o tal vez como en la única y verdadera realidad.