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domingo, 23 de octubre de 2016

Tu despertador favorito

Me rehuso a no querer ser tu despertador favorito.
Me rehuso a no serlo.
Me rehuso a no buscarte entre las cobijas.
Me rehuso a que no me aproveches.
Me rehuso a que no abras los ojitos trasnochados y muestres tu mirada más soñadora, linda e inocente.
Me rehuso a no estar tras de ti y abrazarte, cogerte.
Me rehuso a no pedirte el desayuno a la cama y que llegue magicamente.
Me rehuso a no ver tu pijama sexy.
Me rehuso a no querer estar en tu espalda infinita, en tu cadera deliciosa.
Me rehuso a ser un mal despertador.
Podrías arreglarme, mandarme al técnico, repararme y volverme tu favorito.
Me rehuso a que no lo intentes.
Me rehuso a no querer mirar tus manos lindas cada mañana.
Me rehuso a no tener tantas ganas de ti.
Me rehuso a no ser el despertador que aproveches.
Me rehuso en todo caso y sobretodo a no ser tu despertador favorito.

Eso quiero ser, tu despertador favorito.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Deberías


Un día, sin quererlo me estrellé con esa foto. Un lunes de esos que obliga el calendario, capaz. Y fue difícil creerlo, pero más que eso, entender que era una foto que ya conocía, porque vivía dentro de ella, era como un mapa que recorría todos los días; que iniciaba en las cataratas, daba la vuelta al Obelisco, bordeaba Parque Centenario, y terminaba en la ciudad de la luna. Con sus ires, con sus venires, con sus antojos, con sus encajes, con sus ojos que todo lo vuelven así; con la confianza infinita en la ruta bajo la sombra oscura que justo en el momento necesario y poco indicado saltaba por encima del huesito de la cadera, que seguro también sostenía las rodillas favoritas de toda la vida.  Y pues, obvio, no supe entender ni la foto, ni el mapa, ni sobre todo la nueva versión del cuento que había escrito que no iba a volver a contar cuando el septiembre era tan negro como aquella botella de fernét con la que se emborrachó y me olvidó infinitamente. Y pues el tiempo al tiempo, la ruta, los caminos, los transmilenios, los cañones, los ciclistas, los huecos en las orejas, la pileta, los sueños que no se hacen realidad, los alfajores, la playa, el viaje, el otro septiembre, el rosario, el artículo, el cevelac, y más tardecito después otra vez la sombra maravillosa, los huequitos en los cachetes, las amigas, los tatuajes, la música, la nana, el hermano, yo. El chico en Corrientes, las cillas robadas, ¿dónde están mis postales? ¿Hubo postales? María eres llena de Camila. La vida, el 26, la FADU, la facultad. Lo que no podía ser. Su manía de comerse las paredes, mi destino de hablar con ellas, escucharla de fondo, saber lo que pensaba, saber que nunca iba estar y seguir ahí, de rodillas. Por si acaso, es el hueco de la cadera. Claro, también me preguntó que si iba, de pronto se equivocó, pero yo le dije que sí. Tal vez fue eso, siempre es mejor decir que no. Dijo que se le había acabado la inspiración para las fotos y que no era persona, pero que tenía la lengua y los labios, y yo le creí. Otro día le puse moños, y no fue hoy que también nació. Dejó su cargo de stalker, y se perdió en la vida. Escribió al revés. Vidal y la vid. Nunca pudimos hacer negocios. Tiempo, atención y dedicación podría ser su nuevo tatuaje, su futuro, la chica difícil. Intentó cuatro novios, se tragó las rabias de cuatro seres que le dieron besos, y a él ni la hora. Luego ella se volvió loca histérica, y el se fue aunque nunca se hubiera movido de donde no se debió mover. Daba investigación en inglés, vidas cruzadas, hilos que no son rojos y los labios rojos carnosos perfectos, tan Victoria. Nunca encontraron la G, la de guarra. Ahora el mapa tenía tantas curvas que el se mareaba, cada tarde esperándola, entre la luna, y el sol. También se enredaron, como en las cataratas. "Que bonito fue cuando me buscasté" - recordó.  El regalo de siempre Amaranta. Tanto creer en ella. El pánico de esa tarde a 10 metros, espalda con espalda. Las uñas desarregladas. Nunca volvió a creer en cuentos de hadas, y seguro tal vez tampoco en él, ni en esto. Ni mucho menos, en lo otro. Se enamoró, como cada vez que se enamoraba una vez más. De mi desaparecieron las palabras. Siempre volvía, siempre lo buscaba. Vidas paralelas. Tan fuerte como las rodillas. Nunca estarás mal Ximena. ¿Te cambió el tiempo? Los 90, la constitución, el mundial, Alemania, la escuela. Dos en la ciudad. El dijo, que suponía que la vida era así, ella dijo que había sido mala, y que importa, decímelo. ¿Volverás a no entenderte? ¿Entenderte es que no vuelvas?  El le dijo que era perfecta. Yo, yo tampoco entiendo. Los ojos que brillaban y sonreían desde dentro, la mágica ilusión. Algún día cuenta el cuento que le quitará la ropa. Cuando no se entendía, pensaba en mi - corrijo. Era claro que la pared no respondía y el mensaje quedaba ahí para leerlo o no.  Las rodillas resistieron.  Pasaron años, días, la misma ruta, el mismo camino, bajar por sus curvas, comer galletitas, no te cases nunca por favor, la tristeza, la quinta como vencida. La B de no se qué. La V mía. Esa noche.  El anillo, las cejas perfectas, la diosa wayuu en el fondo. La nariz que sufría, el maquillaje, la gata, los labios rojos carnosos fuego. Todo lo penetraba. La matrioska en su brazo izquierdo, la boca carnosa deliciosa que torcía para sin quererlo provocarlo, provocarme. El cuarto al que no subí. Yo lo sé, muy bien, te aprendí a querer. El bon o bon, la caja que le guardo, el papel que fotografío. Las ojeras. La tarea que le ayudó. El amor que no fue después del amor. ¿Cómo sobrevivir a este día sin ti? ¿Cómo vives sin ella? Una llave por otra llave. El por mí. Ellos por mí. Los, mis, Buenos Aires, Spinetta de fondo cortando todo como un vidrio peligroso. Costanera, los mensajes de lejos. Todo, nada, lejos, el rio de la plata. Vivir sin amor. Choripan.  Guardarte en una caja negra. Por lo menos las rodillas, por lo menos el hueso. Si, el mismo de la cadera, contradecirme. Contra decirle. Decirle para decirme. Irme. Volver a irme para ver si te encuentro. Nos veremos en la otra B. O en la M. No son líneas, ni metros que son transmilenios. Ni días, ni quinces de septiembres. Superarlo, reflexionar. Desgarrarte. Honey. El mate. Dos días en la vida en una misma vida en un mismo lugar nunca vienen nada mal. Se acostaba con él, eso. El resto, el la olvidaba, quería vivir de una bici mientras daba clases de educación física. No sé. La sonrisa, los cachetes perfectos, tan Jimmy. Tan allá. La capul, los tacones. El cajón infinito que abre cada vez con su ropa interior. Sus colores desperdigados. Los 8 grados de Confía. El pétalo de sal. El chocó prometido. Fuerte y Valiente también en la derecha. Carmesí labios rojos mamasita. Ya no somos tan espontáneus, claro está. Mil pájaros volando en su izquierda, cada ruido está de más, su reloj, su atado, la blusa blanca, la sombra de la felicidad, los años de la soledad, el magdalena. Su piel, las manos, el huesito de la cadera. Su incomprensión, sus ganas de ser, mi azulejo, mi muñeca, el rincón donde te acosé con la Boca. El verde aguamarina con encajes para darme los buenos días. Pedirle todos los días los buenos días. El 26 por Rivadavia. Los piercings, su vacío interno, mi tesis que hablaba del vacío y era ella en cada maldita línea, su ropa interior negra con estrellas que solo ella se merecía. La V, mi V que le gustaba hacer con cada foto nueva cuando ella todavía, aún, no debería. La debrietud. Mi inquietud. La florales genérica. La camiseta de Batman. Sarita has de ser y hasta ahí me gustó la televisión. Su delineador, las transparencias. Su despeluque, su empute, su mujer, su lucha por la mujer. El rosado con corazones y otra vez la sombra maravillosa hacia su vida infinita y plena. El rosado con verde, con el encaje, con el para siempre, con la tarde, con el chocolate, con todo y sin nada. El día que me dijo que sí. Yo también tomé fotos. Sus ganas de fruncir el ceño. El día que se pintó una mariposa en el rostro, tan Amaranta, tan princesa, tan perfecta. La pijama de la niña de rayas. Tan coqueta como la primera vez. Querías conocer Europa ¿vamos? El anillo en forma de corazón. Tu amor que sangra. Exacto, iba en aquella tarde en la que me perdí en su foto, en su vida, en su quizás, en su algún día, en, otra vez, sus rodillas. Vos sos tan incierta. Lo apunté en el calendario, lo agregué a mi rutina, dejé las tortas que viajan kms para que se las tiren en la cara a uno. Las hormigas que en Septiembre nos empiezan a invadir como invadieron a los Buendía. Y otra vez la B. Buena Amaranta. Matarlas, bajar el nivel, bajar, bajar por tu piel. Es el mundo de hoy. Italia, Milan, también. Rio.  Branca. Y franca, así como tú. Así como ella. Mi sin ti tan amargo, mi después. El día que fue a buscar donde habías vivido a ver si aún estaba tu aliento, tu respiración, tu magia, tu sonrisa. Tan así, como el día que volví al mismo bar en que te conocí y pediste Tom Collins con torta y yo volví solo a sentarme en tu silla, sin planearlo, solo a eso. Sin explicación. Los círculos que dan vuelta. Todo eso lo pensaba y no era capaz de sobreponerme a ese encaje, a ese secreto. A tu manía de dejarme sin ti, pero contigo. Sonríe que me haces feliz - le dijo y obvio, tampoco se lo creyó.  Salud y también brindo por ti. Labios rojos Maria llena eres de Camila. Por fin lo resolvimos. Solo se trata de vivir. Aquel edificio con tu nombre. Cada madrugada. Me quiebro, el amargo fernet. Sin coca. La botella verde. La beca que buscabas. Neurótica. La citrina o citrazina. Vamos a ser felices. Lejos. No te emborraches de paredes, ni de de recuerdos. Los ojos que todo lo podían y que ahora me ven escribiendo esto. Las putas ciudades que no nos dejan querer. 26 vidas más a ver si en la 26 coincidimos. O tal vez en la 3 con él. 39% de alcohol. Tan perfecta otra vez. Todo esto pasaba en esos minutos, meses y años eternos que pasaron entre que ví la foto y le contesté: Perfecta. Deberías.

domingo, 11 de septiembre de 2016

Sabor a cigarillo.

Olía a cigarrillo como la primera vez, y seguro como la última. Me gustaban sus manos y aunque ella no lo recordara, yo si se lo volví a mencionar mientras trataba de no pensar en nada ni en todo.  Estaba ahí en otro país, con su vida inventada, con su matrimonio de mentiras, con su hija de verdad, con su hielo eterno. Tenía las circunstancias, las explicaciones y las posibilidades. Todas mezcladas, pero las tenía. Recuerdo que llovió un poco, que el mojito nunca estuvo perfecto y que la música nunca la convenció. Tampoco olvido el hambre y las ganas. La frontera de lo imposible, la calle del jamás, el edificio de la mamá. Las clases de los rumbos, de las líneas y de las pendientes. Caerse.  Un beso seco de repente. Otros más. El silencio de las calles en un día cualquiera. Su escote. Contarse la vida para no saber nada más. Soy el nombre prohibido, y el pasado mejor. Su frialdad, su equilibrio antes de quebrarse y romperse en mil pedazos. Sus ojos achinados.  El beso sabor a cigarrillo. Nunca supe si me trató bien o mal, pero como siempre me dejo con las ganas. Ella sabe que su lunar es mío, que es lo que la escuadra, la desconcentra y la atormenta. Yo solo se que está ahí, esperando, otra vida para ser mío, de verdad.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Robando corazones.

Alí ya no tenía a sus cuarenta ladrones, pero le gustaba robar corazones en países desconocidos. Fue así como fue a parar a aquel paraíso perdido cerca al gran amazonas.  Llegó a la inmensa colcha de retazos con el fin de hablar como sumercé y no like him. Alí tal vez estaba perdido y solo quería encontrarse mientras ella no quería ni lo uno ni lo otro, o por lo menos, eso decía. Sin saber por qué terminaron en el Pacífico oscuro, entre ballenas y recuerdos.  Así sabía que no duraría mucho y que era mejor aprovechar aquella playa para arrebatarle el corazón sin que ella lo notara, sin que ella sonriera y peor sin que pudiera cantar para disimular que no estaba tan feliz. El la enredó con palabras bonitas en otro idioma y con sus manos grandes y sus ojos saltones logró su cometido justo antes del fin de la última tarde de aquel paseo de fantasía.  Ella, inocente, solo lo notó cuando volvió a aquella despensa de sabores indescriptibles y en su caminata matutina en busca de la fruta para las medias nueves se encontró de nuevo con aquel viejo conejo loco que le dijo: Alice, alguien te ha robado la hermosura. Alice no le creyó del todo, pero si se dio cuenta que ya no tenía corazón.

lunes, 29 de agosto de 2016

En tus rodillas.

Tengo la idea que vino corriendo y me abrazó. Nos abrazamos. Vivo con el recuerdo bonito de ese instante, tan bonito que aclaramos en ese mismo instante que era bonito y que no creíamos que estuviéramos ahí.  No tuve tiempo de mirar si era tan princesa como lo soñé, no supe si yo era tan feo como de pronto alguien puede suponer. Eran los buses rojos que van y vienen y se nos llevan la vida. Era la Caracas y la 63. Recuerdo su sonrisa tan tatuada en mi otra felicidad. Tampoco pude fijarme en el nerviosismo que me dijo que tenía cuando me confirmó nuestro encuentro y no supo escribir bien su número. Estaba estrenando teléfono móvil.  Tampoco nunca planee que podía pasar y que tan encuentro era ese encuentro.  Luego caminamos por calles conocidas y olvidadas y cada paso reafirmaba sin quererlo que ella era y que tal vez yo sería, aunque nada fuera tan concreto y a la vez tan iluso. No recuerdo si estaba bonita, fea, ni con que ropa iba. Es más, creo que después del segundo segundo de verla y abrazarla no fui capaz de mirarla a los ojos varios segundos para no enamorarme y morir ahí, tendido en la capital y volver esta historia más cuento que historia.  La historia fantástica de la que ella se escapó.  Se quedó fumando mientras yo organizaba la maleta que no supe arreglar. En algún punto debe estar la botella de Fernét que le regalé. Luego llegamos a la 30 y ahora que lo pienso caminamos mucho y seguro cuando uno puede caminar con alguien sin quejarse es por algo. Todos y cada uno son recuerdos inconclusos. Más que recuerdos son fragmentos de una película. Luego vino el Tom Collins.  Antes las ganas de besarla. En el medio ella hablando con su amor.  Las postales en la casa. Su casa. Conocernos así. Fue la única vez que la vi. Fueron las únicas horas que estuve cerca. Cuando su piel no tenía tatuajes y su corazón tenía marcas. Nunca podría encontrar el camino de vuelta para buscarla donde la dejé esa noche en la ciudad de la luna. Yo con una caja y ella pendiente de la pantalla con símbolos que no entendía. Luego me senté en su misma silla y parecía que estuviera ahí. Este sin ti tan eterno y la canción para confiar. Las oportunidades. Amaranto en Pamplona. Las fotos. El cajón con su ropa. Su cumpleaños. Cuatro cumpleaños más. Sus uñas desarregladas. Sus rodillas increíbles. Yo suponiendo siempre. Ella ahí pero sin irse. La guajira, las paredes de sal, las clases. Y pienso en ese instante, en esas horas, en el abrazo, en tantas líneas escritas y quiero seguir ahí, en ese bus rojo, en el acordeón, en su vida complicada, en los buenos aires y en las cataratas que nos prometimos. Sin final ni comienzo. Sin excusas ni reproches. Con la tranquilidad inmensa de que las mejores historias no terminan, a veces ni se escriben, y otras tantas, pero muy pocas, solo necesitan una protagonista que las salve y un director que este ahí solo para decirle que ella es su protagonista. Fue el mejor viaje de vuelta a la tierra del olvido aquella tarde de un día como hoy. La historia que siempre quise contar. La película que siempre querré grabar. El camino de vuelta que siempre querré encontrar. El Tom Collins que siempre te ofreceré. Aún no se si sabes a Fernét. Prométeme vivir cien años más, dulce Amaranta.  El tiempo se congeló ese día, y aunque tal vez no toque derretirlo, aunque ya no haya reloj para contarlo, ni frío para sentirlo ni llama para batirlo, quiero quedarme ahí, el día en que te conocí y los sueños se hicieron realidad. El día que me metí en tu vida y no pedí perdón. Ahí quiero quedarme, en tus rodillas.