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domingo, 23 de septiembre de 2012

Aire Valiente

Escuchó su nombre al otro lado de la línea telefónica: Valentina! . Fuerte y claro, y en medio del invierno de aquel año plateado sobre plateado. Pudo haber cantado mientras bajaba los dos pisos en el elevador "Ella es menor, el es normal" pero decidió no pensar e intentar controlar sus nervios repentinos al compás de sus botas negras y de los sonidos de la vieja guardia. 
Se saludaron y sonrieron, si bien no recuerdo, yo los vi pasar sin afán mientras caía la última lluvia de razones que recuerde la ciudad de la furia. No sabían nada del otro, y eso siempre da tranquilidad, da espacio, da la onda para sentirse bien. Los dos eran miopes pero les bastaban sus sueños para verse, los dos sabían que de cierta forma era empezar por el final, los dos le rezaban a Charly en las horas húmedas del más allá, eran parte de la religión. Estaban unidos desde ahí y desde allá.
Los perdí de vista cuando cruzaron la avenida para tomarse un submarino no amarillo pintado en la vieja pared del bar de su incomprensión. Recuerdo que ella llevaba su pequeña guitarra a la espalda para cantarle las canciones que él le pidiera mientras veían pasar los minutos mágicos en el reloj de plastilina. También llevaba su campera gris de promesas en el bidet para cumplir, donde se alcanzaba a distinguir, tatuado en la tela, el nombre de ese loco en trance, de ese pasajero de su corazón. El, en cambio, no tenía la mirada fija, ni tampoco sus pasos centrados, y cargaba con una bolsita de souvenirs del paraíso: música del alma en forma de cds y tantos besos para ella que superaban significativamente la multiplicación de sesenta x sesenta.
Tiempo después me contaron que lo vieron en la cruz del sur respirando gracias a un envase pequeño de vidrio donde ella decidió meterse para salvarle su dedo extraño y darle siempre aire tan valiente como el de ella. 

sábado, 15 de septiembre de 2012

Amaranta

       Amaranta es un cuento. Eso respondo yo cuando me preguntan por ella, y es que suelo confundirme en la respuesta porque los cuentos de hadas al final terminaron por aburrirla, y yo particularmente me confundo porque el pequeño edificio azul de enfrente se llama Amaranto. Pero ni siquiera es un cuento, es la protagonista de uno, del suyo tal vez, del mío nunca supe. Es la princesa del cuento de hadas que todos leemos y con la que todos podríamos soñar. Son palabras, como cuando le dije que lo más importante era amar a una manta, no a las del mar que tiran rayas y se llaman manta rayas sino a una manta para cuando haga frio en el mar. Así tampoco es, pero es que pasa que no quiero que sepan quien es Amaranta.

        La primera vez la vi por el Obelisco y aprendí que es una historia que no voy a volver a contar.  Luego dicen que la vieron por Facultad de Medicina y al minuto tres por Constitución. Era un septiembre negro aquel, nada de primaveras, solo negro, y hablo de aquella malla de baño que tan bien le quedaba para la pileta de sueños por cumplir.  Amaranta puede tomar un Tom Collins y comer una torta de chocolate al tiempo. Puede tener las uñas poco arregladas y la cara perfecta, al mismo tiempo, y eso es raro, que se yo.  

       Una de las muchas historias que me contaron fue cuando saltó tres mil renglones seguidos sin punto ni aparte desde un Transmilenio para cumplir la cita de una boda inconclusa, esperada y obvio, no realizada.  Fue un día como a las tres de la tarde. Un día no, el tercer día después de dormir, y es que también le encantaba dormir, y creo que antes del obelisco la conocí en una cama, como la bella durmiente, a pesar de que era mejor historia la de blanca en las nieves perpetuas y lejanas de ese verano ardiente en que todo indicaba que iríamos juntos a Brasil. Y es que hablo en presente y en pasado, porque Amaranta es historia futura sepa usted señor lector. Como Remedios La Bella, también subirá los cielos, como los ángeles del Victoria Secret que tanto le gusta usar. Y no hablo de la vida diaria en esos rojos buses.  Amaranta era capaz de ver mil postales de esa ciudad de la furia olvidada mientras se imaginaba bañada en fernét en plena capital de la luna del país chincha que poco tenía que ver con el tardío hipismo ochentero de nuestra generación perdida que aprendió matemáticas con Francisco.

       Suelo confundir fechas y protagonistas, no porque no las sepa sino porque es mejor así, no saber nada para poder sobrevivir y al final, como algún día no lo prometimos en las cataratas húmedas de esas redes no entendidas, de ese límite que se va por el gran Rio Paraná, de ese hito tres fronteras, viste, desde ahí viene el tres, y entonces Soda Stereo cantaría en nuestra boda la canción esa del té para tres y cosas así.Una vez más volví a perder el rumbo, y es que también tiene que ver con la manzana envenenada, y eso indica que el nombre que le colocó el destino fue perfecto: Te amarán Amar anta.Pero mejor retomemos y resumamos, Amaranta se encontrará con su príncipe azul en las Cataratas de Iguazú, el resto, el resto es un cuento.

domingo, 8 de julio de 2012

Amarilla.

Ese día incierto del invierno pasado, la mañana despertó queriendo ser tarde. Sabía de antemano que nunca llegaría a la cita con su destino más posible, más cercano y más confuso.  Solo le interesaba cantar sin ritmo y volverse toda amarilla, brillante, dorada.
Fue por el camino que se perdió en lugares inconclusos, era alborotada y confusa.  Era como desayunar muy rico después de bailar mucho. Pero también era tranquila y pequeña.  Duraba lo que sus ganas le permitieran volar o lo que sus hormonas ardientes le dejaran soñar.  Lo anotaba todo en agendas con tintas mágicas de universos paralelos.  Era misteriosa, y ya sabemos que un misterio a cualquier hora de la mañana es motivo para no dejar pasar los días en vano.
Cuando dejaba de ser mañana se sentaba a leer en el balcón, a ver el gran parque pasar sus días sentado al lado de la interminable avenida. Le hablaba a las plantas, y en sus buenos días, las plantas le decían lo bonita que se veía.  De noche,  cuando se preparaba mentalmente para volver a alumbrar, enviaba sin proponérselo, buenos recuerdos a los buenos aires, a los parajes perdidos y a cualquier despistado que bajara de los cerros orientales para contarle como la extrañaban las paredes pintadas de sus mejores y coloridos días. Sabía quedarse en un mismo lugar escribiendo palabras en el aire.
Nunca supe, porqué ese día quiso levantarse queriendo ser tarde, incluso puedo pensar ahora, que le pasaba constantemente, pero la recuerdo, ahí parada en esa esquina de ese barrio olvidado, viendo al frio pasar, sin oídos para mi, sin ojos para nadie, solo queriendo ser ella y con las ganas infinitas de tatuarse en el alma esa frase con la que tropezó cuando salió del tren fantasma en la estación Constitución: "Soy del viento, soy tus ganas para volar. Soy la que sabe volar con tu aliento."

domingo, 22 de abril de 2012

Nunca se dijeron adios

Esa noche fueron al fin del mundo y regresaron en un taxi por Corrientes, como si no pasará nada, como si todo fuera tan corriente y como confundir a Costa Rica con una isla.  Eran otros tiempos y otros otoños ya idos y perdidos, y confundidos.  Eran tantas flores regaladas.  Eran solo estos pixeles en el blanco de tu indecisión.

Fue entonces cuando decidieron callar en su camino de regreso, solo mirándose de reojo y tragándose tanto viento frío que quiebra cualquier garganta profunda.  Se escucharon sin hablarse, y se perdieron sin encontrarse, se dedicaron canciones sin escucharse.  Se volvieron rock n´roll.

El se fue sin explicarle con suficiente claridad que nada es tan real como pintar, que nada es tan irreal como querer y que en cualquier superficie se puede volver a soñar. La recuerda subiéndose su blusa hasta su ombligo maldito, tirada en la cama de esa casa inventada, solo para no tener una excusa de no llorar para siempre y de no saber de antemano que terminarían yendo tan lejos para darse cuenta que estaban uno al lado del otro y nunca, nunca se dijeron adios.

miércoles, 4 de abril de 2012

Tanto rojo imposible.

Tenía zapatos color naranja, de esos finos, de cuero original y con los que bailaría hasta a el más romántico de todos los blue(s).  Una blusa satinada y pasada de moda, también color naranja y que brillaba cada cinco minutos o cuando la luna tempranera quisiera. Escote, cuello en v y que solo dejaba ver el rojo de sus profundas pasiones. Ni siquiera sus medias moradas delataban sus 25 años tan bien sufridos.

Pintaba de negro sus recuerdos, sus ojos y esa tarea olvidada de su último curso cualquiera.  No acostumbraba a levantar la mirada cuando estaba ocupada, pues sabía, no solo que podría salirse de sus límites, sino también comerse a cualquiera.  Tampoco lo hizo en esos minutos eternos y mágicos que unen al cemento moderno con el bosque melancólico.
Sabía cantar rancheras a todo pulmón, huir de cualquier ataque desde y hacia el corazón y sonreír de emoción siempre que encontraba una sinrazón más para equilibrar su sonrisa perfecta; perfecta y perdida en la capital de un gran mal país y en los labios de otro, otro que seguro nunca la aprendió a besar.

La vi bajar del bondi, sin explicación alguna, en el medio de la nada, arrojando con el rumor de su cabello corto cualquier buen impulso de un mal piropo porteño en esa tarde somnolienta, calurosa y pegajosa del otoño del 87. La recuerdo flotando, elevada, soñando, como quien sabe entender y ponerle puntos suspensivos a su vida y a los demás y al resto también, tan orgullosa en el fondo, de saber haber hecho perder a uno más por el medio de su cordillera frutal tropical y de tanto rojo imposible.