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domingo, 11 de septiembre de 2016

Sabor a cigarillo.

Olía a cigarrillo como la primera vez, y seguro como la última. Me gustaban sus manos y aunque ella no lo recordara, yo si se lo volví a mencionar mientras trataba de no pensar en nada ni en todo.  Estaba ahí en otro país, con su vida inventada, con su matrimonio de mentiras, con su hija de verdad, con su hielo eterno. Tenía las circunstancias, las explicaciones y las posibilidades. Todas mezcladas, pero las tenía. Recuerdo que llovió un poco, que el mojito nunca estuvo perfecto y que la música nunca la convenció. Tampoco olvido el hambre y las ganas. La frontera de lo imposible, la calle del jamás, el edificio de la mamá. Las clases de los rumbos, de las líneas y de las pendientes. Caerse.  Un beso seco de repente. Otros más. El silencio de las calles en un día cualquiera. Su escote. Contarse la vida para no saber nada más. Soy el nombre prohibido, y el pasado mejor. Su frialdad, su equilibrio antes de quebrarse y romperse en mil pedazos. Sus ojos achinados.  El beso sabor a cigarrillo. Nunca supe si me trató bien o mal, pero como siempre me dejo con las ganas. Ella sabe que su lunar es mío, que es lo que la escuadra, la desconcentra y la atormenta. Yo solo se que está ahí, esperando, otra vida para ser mío, de verdad.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Robando corazones.

Alí ya no tenía a sus cuarenta ladrones, pero le gustaba robar corazones en países desconocidos. Fue así como fue a parar a aquel paraíso perdido cerca al gran amazonas.  Llegó a la inmensa colcha de retazos con el fin de hablar como sumercé y no like him. Alí tal vez estaba perdido y solo quería encontrarse mientras ella no quería ni lo uno ni lo otro, o por lo menos, eso decía. Sin saber por qué terminaron en el Pacífico oscuro, entre ballenas y recuerdos.  Así sabía que no duraría mucho y que era mejor aprovechar aquella playa para arrebatarle el corazón sin que ella lo notara, sin que ella sonriera y peor sin que pudiera cantar para disimular que no estaba tan feliz. El la enredó con palabras bonitas en otro idioma y con sus manos grandes y sus ojos saltones logró su cometido justo antes del fin de la última tarde de aquel paseo de fantasía.  Ella, inocente, solo lo notó cuando volvió a aquella despensa de sabores indescriptibles y en su caminata matutina en busca de la fruta para las medias nueves se encontró de nuevo con aquel viejo conejo loco que le dijo: Alice, alguien te ha robado la hermosura. Alice no le creyó del todo, pero si se dio cuenta que ya no tenía corazón.

lunes, 29 de agosto de 2016

En tus rodillas.

Tengo la idea que vino corriendo y me abrazó. Nos abrazamos. Vivo con el recuerdo bonito de ese instante, tan bonito que aclaramos en ese mismo instante que era bonito y que no creíamos que estuviéramos ahí.  No tuve tiempo de mirar si era tan princesa como lo soñé, no supe si yo era tan feo como de pronto alguien puede suponer. Eran los buses rojos que van y vienen y se nos llevan la vida. Era la Caracas y la 63. Recuerdo su sonrisa tan tatuada en mi otra felicidad. Tampoco pude fijarme en el nerviosismo que me dijo que tenía cuando me confirmó nuestro encuentro y no supo escribir bien su número. Estaba estrenando teléfono móvil.  Tampoco nunca planee que podía pasar y que tan encuentro era ese encuentro.  Luego caminamos por calles conocidas y olvidadas y cada paso reafirmaba sin quererlo que ella era y que tal vez yo sería, aunque nada fuera tan concreto y a la vez tan iluso. No recuerdo si estaba bonita, fea, ni con que ropa iba. Es más, creo que después del segundo segundo de verla y abrazarla no fui capaz de mirarla a los ojos varios segundos para no enamorarme y morir ahí, tendido en la capital y volver esta historia más cuento que historia.  La historia fantástica de la que ella se escapó.  Se quedó fumando mientras yo organizaba la maleta que no supe arreglar. En algún punto debe estar la botella de Fernét que le regalé. Luego llegamos a la 30 y ahora que lo pienso caminamos mucho y seguro cuando uno puede caminar con alguien sin quejarse es por algo. Todos y cada uno son recuerdos inconclusos. Más que recuerdos son fragmentos de una película. Luego vino el Tom Collins.  Antes las ganas de besarla. En el medio ella hablando con su amor.  Las postales en la casa. Su casa. Conocernos así. Fue la única vez que la vi. Fueron las únicas horas que estuve cerca. Cuando su piel no tenía tatuajes y su corazón tenía marcas. Nunca podría encontrar el camino de vuelta para buscarla donde la dejé esa noche en la ciudad de la luna. Yo con una caja y ella pendiente de la pantalla con símbolos que no entendía. Luego me senté en su misma silla y parecía que estuviera ahí. Este sin ti tan eterno y la canción para confiar. Las oportunidades. Amaranto en Pamplona. Las fotos. El cajón con su ropa. Su cumpleaños. Cuatro cumpleaños más. Sus uñas desarregladas. Sus rodillas increíbles. Yo suponiendo siempre. Ella ahí pero sin irse. La guajira, las paredes de sal, las clases. Y pienso en ese instante, en esas horas, en el abrazo, en tantas líneas escritas y quiero seguir ahí, en ese bus rojo, en el acordeón, en su vida complicada, en los buenos aires y en las cataratas que nos prometimos. Sin final ni comienzo. Sin excusas ni reproches. Con la tranquilidad inmensa de que las mejores historias no terminan, a veces ni se escriben, y otras tantas, pero muy pocas, solo necesitan una protagonista que las salve y un director que este ahí solo para decirle que ella es su protagonista. Fue el mejor viaje de vuelta a la tierra del olvido aquella tarde de un día como hoy. La historia que siempre quise contar. La película que siempre querré grabar. El camino de vuelta que siempre querré encontrar. El Tom Collins que siempre te ofreceré. Aún no se si sabes a Fernét. Prométeme vivir cien años más, dulce Amaranta.  El tiempo se congeló ese día, y aunque tal vez no toque derretirlo, aunque ya no haya reloj para contarlo, ni frío para sentirlo ni llama para batirlo, quiero quedarme ahí, el día en que te conocí y los sueños se hicieron realidad. El día que me metí en tu vida y no pedí perdón. Ahí quiero quedarme, en tus rodillas.

domingo, 17 de abril de 2016

Pequeño regalito nocturno


Pequeño momento de otro momento y de un inolvidable momento
guardado desde siempre y para siempre.
Ella, inmortalizada, ávida de palabras y sensaciones por venir
perdida en las páginas de un buen libro que seguramente aún no conoces.
Mas a pesar de ello, llena de espacios en blanco para escribir algo, lo que sea, sobre ella.
Ella que vienes siendo tu, tu que tal vez podrías ser ella.
Ella que tal vez nunca se olvida, ella que sigue siendo bella.
Bella mañana en que despertamos a al lado de una montaña
y el sol de un Chicamocha para pintar cosas bonitas.
Un regalo que no se puede empacar.
Un empaque que no existe, un motivo que no se inventa,
una pregunta que no se hace, un verbo que no se conjuga
un instante, una eternidad, un quizá, un después, un ojalá.

Tu en el medio de todo, yo lejos del medio, de nada.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Era

Era Once.
Cuando las rutas iban, cuando los aires venían.
Era ella en otro país.
Era el país de los otros.
Era cada uno de sus pedacitos.
Las películas que tanto vieron.
Los finales que no cambiaron.
Las respuestas que no preguntaron.
Eran las seis.
O las cuatro.
Era el reloj devolviéndose.
Era yo viéndote.
Una canción y otras que no se pudieron cantar.
Era diciembre.
Era Corrientes.