Entonces decidí convertir aquella rabia en pura tristeza y la única manera era aceptar con despojamiento mi destino, uno que pocos hombres lo tienen ya: el de romántico desgraciado. Mi única acción de los días siguientes no sería otra cosa que pensarla y lamentarme y a todas esas iría convenciendome de mi singularidad y grandeza.
(Andres Caicedo, El pretendiente)
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