Imagen tomada de http://www.shesjack.com/ - Jackeline Herrera
Se sentó a esperar en un parque cualquiera, en el más cercano a su olvido y en el más próximo a su quizas. Tenía puesto el vestido rojo que nunca le pudieron entregar, las medias negras que siempre quiso que le quitaran y la mirada perdida en el árbol que daba frutas de colores fluorescentes. De vez en cuando el viento se le colaba por entre sus piernas y le hacía recordar madrugadas mejores: duraba cinco minutos dándole vueltas a la idea de que amar también es olvidar. Nunca concluía nada. Andaba con zapatos de bailarina y tres meses atrás le habían olvidado en el mismo parque, solo que nunca caía en la cuenta que era el mismo parque cualquiera de siempre.
Muy a las doce bajaba por la calle empedrada hasta los bares más cercanos a buscar la llave que había perdido en el invierno del año en que fue feliz. Repetía su ritual todos los días y ya era costumbre que los turistas se alarmaran ante sus rodeos, el resto pensábamos simplemente que algún día encontraría lo que buscaba. Sus ojos eran profundamente melancólicos y tenía un sol rojo en su ombligo. Nunca preguntaba porqué.
Pero esa tarde del vestido rojo era diferente: había comprado globos de colores en el mercado contiguo donde alguna vez bailó tango y justo a las seis cuando no quedaban más lunas por conquistar los infló y se dejó llevar a otros aires.
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