Buscar este blog

domingo, 8 de marzo de 2015

Vendaval

    Amaranta se escondió de prisa en el locutorio tratando de esquivar la corriente de recuerdos inconclusos que la perseguía desde la facultad. Quiso comprar alfajores y cigarros para el resto del día pero su respiración alterada no se lo permitió, y al contrario se tropezó contra el estante de las aguas embotelladas en plástico, que a la vez derrumbó el estante de las galletitas, y que a la vez despertó de un golpe al encargado quién permanecía dormido desde tiempos inmemorables.

   Solo ella, toda una dama perdida en aquella ciudad mágica pudo controlar el ritmo de sus rodillas y no caer al piso en aquel momento.  Solo ella pudo mirarse de reojo frente al espejo y evitar despeinarse mientras agarraba las últimas Don Satur de la estantería.  Solo ella supo nadar entre las aguas insípidas de colores tristes que ahora inundaban el local y desembocaban en Corrientes. Y fue la única capaz de escapar de aquel instante del tiempo sin permitir que nadie lo notara, o bueno, quizás solo alguien, la única persona en el mundo que lo haría.
 
   Cuando salió se devolvió en la dirección contraria, en la de los antiruecuerdos y lugares comunes, y al cabo de minutos impensables recordó que la cara del encargado del locutorio se le hacia conocida. Sin éxito, después de dar diez vueltas a la redonda en el mismo sentido contrario, trató de volver a aquel locutorio trágico del viejo Palermo. Nunca lo encontró, como si no hubiera existido, o el calor de aquel sofocante verano se lo hubiera tragado.  No sabía si buscaba al locutorio o al encargado, de quien también recordó su voz sin quererlo y odiándolo un poco.

   Dicen que la gente se pierde en esa ciudad, y en esa esquina que parece avenida Córdoba pero no lo es. Que las ventanas no están cerradas y las puertas no están tan abiertas. Que el caribe es cualquier cajita de aire acondicionado y cualquier lona de carpa color verde pasto que protege el té de las cinco en el mirador de la furia. Dicen que Amaranta duro perdida varios meses, que sobrevivió con las Don Satur y que nunca pudo olvidar la cara de aquel encargado y que con orgullo, ahora cuenta la historia de ese día, como la historia del día en que en un vendaval mágico le robaron su hueso favorito de la cadera.

No hay comentarios. :

Publicar un comentario