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domingo, 29 de marzo de 2020

Aquel encierro.

Han pasado los días y parece que no terminan, que no se distinguen. Que los miércoles son martes, y que los lunes son peores.  La gente ya no entiende y yo hablo frente a la pantalla, escribo de memoria,  recuerdo desamores.  Hubo que salir al mercado de la esquina a comprar lo que faltaba, María siempre dijo que era un muy buen lugar para vivir, ahora, cada vez, lo confirmo. Iba cada miércoles a comprar frutas y verduras por la promoción.  Siempre necesito la papaya y es muy difícil vivir sin naranjas. En Argentina no tenía un exprimidor así que cuando encontraba buenas naranjas me las comía literalmente con la boca. Ha pasado mucho desde eso.  Cada minuto van apareciendo los recuerdos y el sol pega fuerte a las 5:00. El resplandor ilumina todo como avisando de la necesidad de guardar las cosas bonitas.  Siempre me gustó guardar fotos, recuerdos y un montón de bobadas que   atesoro en cajas de tenis que algún día compré.  Es domingo, y me hace falta el salpicón y la bicicleta; pensé en adaptar unos rodillos, que complejo es no tener tanto espacio y que ruido hacen las cosas que se diseñan. Que bello es el silencio, sin embargo, escucho música todo el día. La misma de siempre porque para qué más. Kata me dijo que debería escuchar otras cosas, yo no le creí. Ella tampoco nunca me creyó y terminó en Lóndres encerrada como yo.  Pasé muchos días solo en la ciudad de la furia, un poco antes decidir venirme.. pasaba los días pensando en el futuro, y sobreviviendo a la melancolía que cubre sus grandes avenidas muy a las 18, muy a lo maldita sea. Quise no pensar demasiado, igual. Nadie pensaba que iba a pasar esto y bueno yo no siquiera sabía que iba a pasar cuando volviera. Marina ya no me esperaba, y yo sin saber me convertía en profesor en mitad de la cordillera de los Andes.  Algunos años después pase muchos días encerrado escribiendo mi tesis en aquella ciudad caliente y salsera y peligrosa a la que huí para enfrentarme con mis ganas de vivir como los demás, el esfuerzo me agotó. Amaranta sufrió un montón pero ahora es feliz, pero también está encerrada.  Miro los días que vienen, los que faltan. Todo es un poco confuso. Comía un montón de galletas. Ahora me acompaña el vino, nunca estamos tan solo como pensamos. Mi último encierro fue cuando todo aquel viaje soñado terminó siendo un olvido, un después sin después, una vida sin ella, un pared sin postales.  Volví a llenar todo de postales y creer que todo vuelve algún día, como el boomerang, como los Beatles. Como el virus.


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