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domingo, 17 de abril de 2016

Pequeño regalito nocturno


Pequeño momento de otro momento y de un inolvidable momento
guardado desde siempre y para siempre.
Ella, inmortalizada, ávida de palabras y sensaciones por venir
perdida en las páginas de un buen libro que seguramente aún no conoces.
Mas a pesar de ello, llena de espacios en blanco para escribir algo, lo que sea, sobre ella.
Ella que vienes siendo tu, tu que tal vez podrías ser ella.
Ella que tal vez nunca se olvida, ella que sigue siendo bella.
Bella mañana en que despertamos a al lado de una montaña
y el sol de un Chicamocha para pintar cosas bonitas.
Un regalo que no se puede empacar.
Un empaque que no existe, un motivo que no se inventa,
una pregunta que no se hace, un verbo que no se conjuga
un instante, una eternidad, un quizá, un después, un ojalá.

Tu en el medio de todo, yo lejos del medio, de nada.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Era

Era Once.
Cuando las rutas iban, cuando los aires venían.
Era ella en otro país.
Era el país de los otros.
Era cada uno de sus pedacitos.
Las películas que tanto vieron.
Los finales que no cambiaron.
Las respuestas que no preguntaron.
Eran las seis.
O las cuatro.
Era el reloj devolviéndose.
Era yo viéndote.
Una canción y otras que no se pudieron cantar.
Era diciembre.
Era Corrientes.

martes, 15 de septiembre de 2015

Amaranta (IV)

Era blanca como la nieve. Era ella y era nada.
Fue cada segundo que me dejó respirar.
Salvarla de la torre de cristal, partirla en mil pedazos.
Dejarla en corrientes.
En el rio Magdalena.
En las cartas inconclusas del coronel.
Las postales, los piercing y el tatuaje sobre el torso desnudo.
Las estrellas que dejan de brillar.
Las postales.
El fernet.
Costanera en bicicleta.
Las ideas.
Vos sos tan incierta.
La niña encantada.
La princesa hastiada.
Las rodillas para nunca dejar de intentarlo.
El último suspiro.
Comerse las paredes.
Resucitar.
El amor no creído de Aureliano.
Los hijos con cola de puerco.
La tierra mágica.
Palermo.
Comprar revistas en Palermo.
Comer Don Satur en Parque Centenario.
Iguazú.
El matrimonio de la otra vida.
Nena, Confiá.
Los 100 años que ya no serán de Soledad.
Ya nos veremos en algún lugar, en alguna fiesta, en cualquier ciudad, cuando me hables con el corazón.

domingo, 24 de mayo de 2015

Bolero

No sabía nada de los boleros hasta que se tropezó con ella mirándolo sin remordimiento una mañana cualquiera y llena de hormigas que volaban en remolinos invisibles y aturdían sin querer los recuerdos más recientes.
No sabía nada y nunca supo nada de aquella música cautivadora, de aquel ritmo sensual y de porque ella nunca se le salió de los ojos.  Se quedó grabada en la retina y en el querer, en la bobada de las tres y en las palabras que nunca se escribieron en servilletas de papel que guardaba como manera de entender su destino.
Destino que se confunde con camino, él, que confundió el sol con el ombligo, el ombligo con el sol, los vampiros con animales mitológicos amorosos y la felicidad con las posibilidades malditas.
Ella solo se quedó al vaivén del baile, del trio con guitarras, de la montaña con nieve. Congelada en el recuerdo y en las ganas.
Esa mañana, ella lo vio primero, con el sol de la madrugada, y supo desde entonces que el la acompañaría todas las mañanas de su vida, aunque ella no quisiera ni entendiera.
A la larga, ella tampoco nunca supo, ni nunca sabrá, pero se parecía al bolero, y nunca al tango de su perdición.



domingo, 17 de mayo de 2015

Aliento

La lluvia no paró nunca. Todos entonces quedaron encerrados para siempre en esa historia azul, presos de los personajes que les tocaron y cantando en loops infinitos la misma canción aburrida de las tres. Nunca hubo una excusa diferente que la de -está lloviendo-.  Fue como un paréntesis en el tiempo, como un tiempo fuera, como congelar todo, así siguiera andando. 
Al final, nadie quiso tampoco que dejara de llover. Amaranta optó por el encierro definitivo, por preparar su muerte y cuidar sus rodillas. Así no apareciera el sol.  Todos los pretendientes quedaron con sus flores compradas. Como un tango infinito.
Ella quedó con sus ligueros puestos, con el vino cerrado, con las estrellas estallando de furia debajo de su brazo. Nunca quizo cambiarse, nunca quizo nada más. Se quedó con las ganas congeladas, con el amor impreciso, con el lounge chillout durmiéndose entre sus piernas, con el grito ahogado entre sus lunares. En realidad quedó con su último aliento. Cuentan que el quería dejarla sin aliento y nunca parar de besarla.
Nadie la volvió a ver nunca y la lluvia nunca ha parado.